Fastuosa pero intrascendente, la visita de Hollande. Vino a anunciar proyectos viejos. Nada por venir que constituya noticia relevante, aparte de varias decenas de acuerdos para el archivo. Por alguna razón, la última vez que Francia hizo una inversión importante en nuestro país, fue en aquel ejercicio de intromisión del siglo XIX. Salvo para algunos coyotes de angora con los que cuenta en el país, los proyectos de aquella nación no reportan beneficios a los mexicanos.
El interés vino de ellos, los proyectos energéticos de Francia que mucho presumían de vanguardia, languidecen ante la poca expectativa de crecimiento por una demanda local a la baja y un pobre entorno de recursos naturales en el sector. La energía nuclear -que fuera su apuesta- cada día tiene menos adeptos y parece que no será por ese rumbo donde caminará el mundo.
No vino a dar, sino a ver que puede tomar del pastel energético que se dice en todo el mundo que los mexicanos van regalar a la menor provocación. Para su fortuna encontraron a un Meade, apurado por hacer parecer que la política exterior mexicana avanza, para así eludir los muertos que le aparecen del closet. Tristemente sólo sirvió de gestor para una decena de reuniones con el grupúsculo que operaría los recursos hacía una economía francesa con negros nubarrones por delante.
Tarde o temprano, Peña Nieto se dará cuenta que lo usan para apoyar proyectos personales transexenales.
La fecha no fue casual, pero si desafortunada. De manera fantasiosa Meade pensaba que a estas alturas ya habrían mercado las reformas de electricidad y petróleo, pero aún no pasa nada. Seguro pasarán algún día. Con un PRD derrumbándose y un PAN que se debate internamente por ver cuál de las facciones tiene el derecho a vender los votos de su color, es cosa de tiempo.
Lo malo es que si las reformas constitucionales parecían hechas por ingenieros, las secundarias por su simpleza, ligereza y bajo cuño, precisarán de mucha operación política en sustitución de la calidad ausente.
Lamentablemente la apuesta ha sido privilegiar el contar con “operadores” en la compensación de favores y privilegios, en lugar armar un equipo de expertos confeccionadores de iniciativas. Los antecedentes curriculares más estrambóticos acompañan a los escritores de los proyectos redentores. Desde penalistas hasta secretarios particulares.
Las leyes reglamentarias son segundas en discusión, pero primeras en importancia, porque son las que hacen el día a día. Muchas de ellas van más allá de la Constitución y otras la limitan o anulan, pero en plata, es lo que da vida a la gestión pública y al uso y explotación de los bienes nacionales.
La acción parlamentaria ha llegado a niveles tan irrelevantes, que ya sólo se asignarán unos cuantos días, que serán unas cuantas horas, que terminaran siendo unos cuantos minutos para discutir y aprobar el andamiaje jurídico de las reformas constitucionales, esas, que no dieron ni un punto en crecimiento económico con su aprobación.