El dúo dinámico, Cordero-Meade, tiene tres claros objetivos: el de corto plazo, colocar a todos aquellos nuevos ricos de Acción Nacional que no alcanzaron fuero, lo más lejos que se pueda de la justicia nacional; el segundo, descarrilar acciones de cortes internacionales en contra de Calderón; y, el tercero, operar una relación bilateral tan dependiente de la situación de nuestro vecino del norte como sea posible.
En efecto, la historia dará cuenta de cómo las políticas monetaria, cambiaria y crediticia se mantuvieron acopladas a la recesión americana, de forma que no ganaran competitividad las empresas mexicanas con un tipo de cambio agresivo y con medidas de agregados monetarios que permitieran una expansión de nuestros connacionales en el vapuleado mercado de los Estados Unidos de América.
Ello, por supuesto incluyó un manejo de la reserva de activos internacionales a modo, así como una venta discrecional y selectiva de dólares a matrices de bancos rescatados por el Departamento del Tesoro, que recargó en espaldas mexicanas parte sustantiva del conocido paquete de ayuda.
La doctrina Monroe, lejos de estar sepultada, cobra más que nunca vigor, al demostrar cómo los doctorados en universidades del modelo fallido, hoy siguen aplicando las recetas aprendidas y respondiendo mecánicamente a los designios de las delegaciones enviadas desde Washington. Por su parte, el gobierno de Obama, que en justicia obtuvo la oportunidad de seguir al frente del desastre que causaron políticas populistas y demagógicas de los últimos cuatro años, ha movido sus piezas de forma inteligente al obtener un canciller que será más útil que el embajador Wayne.
Las raíces de Meade, que cada día profundizan más en el territorio vecino, aseguran un comportamiento monolítico con los intereses de aquel país, al seguir manteniendo ceguera en la operación “Rápido y Furioso”, mientras se acelera la extradición de capos que no aportarán información clave de las conexiones del crimen organizado hacia el norte del Bravo.
De igual forma, preservará incólume la política pública de mantener una banca dependiente de asesores de inversión neoyorquinos y de líneas de crédito que mantengan a flote los balances de la especulativa banca americana.
Desde la llegada del PAN, México perdió el liderazgo en Latinoamérica, entre otras razones, por perder su posición independiente en el tema cubano y por abandonar la política de no intervención, la cual cayó por tierra con las negociaciones del Plan Mérida, que supone una colaboración dirigida.
Al mismo tiempo que enfermaban los encumbrados políticos de izquierda en el cono sur de males similares, la voz de México se apagaba, al identificarse literalmente con las posiciones del otrora país dominante.
En la cumbre que sostendrán los embajadores con el canciller, tendrán que tomar una nueva dosis amarga de abnegación y de nombramientos difíciles de tragar, pero la perversamente bien negociada posición en la presidencia del Senado de la República, que hace ministros, magistrados, embajadores, altos mandos hacendarios y militares, seguirá rindiendo el fruto a quienes perdieron las elecciones, pero ganaron terreno parlamentario.