Emergen los bien intencionados en estas temporadas: es cuando inician las caravanas, las exhibiciones, los paseos por las ágoras y círculos de distintas ideologías; se acercan al centro del poder con ofrendas, dádivas y promesas de lealtad, negociaciones suceda lo que suceda; llegan de lugares remotos y emproblemados, con deficiencias: descuidos de los anteriores y actuales buenos samaritanos que administran territorios y gastos para hacer estas tareas fundamentales para un asentamiento humano –claro, ellos tienen la solución o la estrategia perfecta para sacarle provecho grupal. Todo comienza a retumbar con bondades, caerán muchos, pocos suben y permanecen balanceándose a la sinfonía de la necesidad política. Tal como la poderosa interpretación de Dave Mustaine en los temblorosos inicios político-económicos de los 90s.
Todos queremos algo bueno y de calidad: para uno, para la familia, para la comunidad: da igual. No molestemos a nadie, todo lo contrario: hagamos el bien para todos y que eso a su vez nos haga felices a nosotros. Caso contrario, ni le entre al ámbito del servicio público. Si no tiene la onda necesaria ni la mínima sensibilidad para ser más objetivo, opte por otra profesión. La vocación por servir no es para cualquiera que cree que, con ser popular, será bueno en la política. Como en todo.
Por ejemplo, en la música: una agrupación, un intérprete, un cantautor. El que sea muy famoso y esté en los charts no significa que haga buena música. Allí entra la mercadotecnia política y por esta razón se envalentonan muchos populachos para proyectarse, convencer; ganar, para luego desilusionar por la carencia de aptitudes, experiencia y sobre todo, el don político que no se le da a cualquiera; además de que resulta indispensable para la ejecución de programas de beneficio social y no solamente palabras que se van con el viento.
Y cuidado con los improvisados, esos que no tienen ningún tipo de formación en estas áreas, esos que consiguen candidaturas o posiciones en organigramas a través de las esferas de poder o estirpes más altas, que en variados casos hasta sucede con transacciones más imaginables. Los más destacados se ostentan de todo pero el fondo no saben que no saben; se conducen sin siquiera intuición.
En el ámbito nacional: queremos luchas de intelectos; esperemos que reviren y reconsidere el CEN Morenista la gran oportunidad que otorgan los debates a los ciudadanos en las arenas de gladiadores modernes. Lo espontáneo sale a jugar con nuestras neuronas, nos encanta el lodo, el sudor y la sangre como el morbo que endulza nuestra sensación de apostarle o creerle a uno de los contendientes: por fe, por convicción o por idolatría -no importa. En esta arena interna dos destacan por ser ágiles de cerebro, otres con debilidades e inseguridades agudas, así como reputación no muy clara. Allí en la cruda y surreal competencia toman decisiones y despiertan simpatías en los espectadores con o sin ánimo de votar. Y para los más locochones, solo se reafirma que en estos shows mediáticos el insulto, el descrédito, el monólogo con exceso de autocompasión y la grosería son sólo el reflejo de cómo discutimos como comunidad. Recuerde ese caudillo exgobernador que parecía imponerse al sistema; aún vemos la estela de falaces ocurrencias que legó y que continúa su predecesor.
En fin, nos fascina esto; por lo tanto, lo invito a sincronizar su Bluetooth, reproduzca la liga: “Symphony of Destruction” del álbum Countdown to Extinction ´92 de Megadeth y súbale el volumen; bocina abierta o audífonos; da igual. Tip extra: vea en mute o lea noticias mientras degusta estos guitarrazos en su plataforma preferida.
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