Políticamente incorrecto
No era su primera travesía por esos rumbos inhóspitos para los hombres de prensa, nacionales o extranjeros. True era un explorador nato que caminaba para “recomponer los pedazos de mi alma rota”.
El 15 de diciembre de ese año, su cadáver fue hallado en el Cañón de Chapalagana, en la Sierra Madre Occidental.
Días después, Juan Chivarra de la Cruz y Miguel Hernández de la Cruz, dos indígenas huicholes, fueron detenidos como presuntos responsables y de hecho, confesaron haberlo matado. Fueron sentenciados a 13 años de prisión.
María Lourdes PallaisNo era su primera travesía por esos rumbos inhóspitos para los hombres de prensa, nacionales o extranjeros. True era un explorador nato que caminaba para “recomponer los pedazos de mi alma rota”.
El 15 de diciembre de ese año, su cadáver fue hallado en el Cañón de Chapalagana, en la Sierra Madre Occidental.
Días después, Juan Chivarra de la Cruz y Miguel Hernández de la Cruz, dos indígenas huicholes, fueron detenidos como presuntos responsables y de hecho, confesaron haberlo matado. Fueron sentenciados a 13 años de prisión.
En 2001, los acusados afirmaron que su confesión había sido obtenida bajo tortura y fueron puestos en libertad por un juez de primera instancia. Desde entonces, el proceso ha dado muchas vueltas.
Con los acusados en libertad, el fiscal apeló el fallo; un Tribunal Colegiado revocó la sentencia y devolvió el expediente al juzgado original. Luego, otro veredicto los volvió a declarar culpables a ambos, aunque éstos ya gozaban de libertad. Esta vez, la defensa apeló.
En 2004, más de cinco años años después del asesinato, el Supremo Tribunal de Justicia de Jalisco confirmó la condena, incrementó la pena a 20 años de prisión para cada uno y ordenó la reparación económica del daño.
A pesar de todo ello, al día de hoy, ambos indígenas se mantienen prófugos de la justicia.
La comunidad huichol rehusa entregarlos porque no cree que Juan y Miguel deban ser castigados por matar a un “gringo” que violó sus usos y costumbres. Y la justicia, federal y estatal, guarda silencio.
En 2010, Felipe Calderón personalmente se había comprometido a cerrar el caso.
Lo hizo precisamente con Robert Rivard, editor de True y autor de “Trail of Feathers” (Rastro de Plumas), un libro sobre la búsqueda de la verdad y la justicia en el caso del asesinato del periodista estadounidense.
“Calderón me hizo una promesa personal que los dos asesinos serían arrestados”, contó Rivard a esta columnista.
Hasta el día de hoy, nadie ha movido un dedo, o por lo menos, que se haya notado.
Y es que la detención de los asesinos, todavía en manos de las autoridades del gobierno del panista jaliscience Emilio González Márquez y del presidente Calderón, es políticamente incorrecta.
True era corresponsal extranjero y ciudadano estadounidense. Los acusados, indios huicholes. México, un país donde desde 2006 hasta la fecha, 67 periodistas mexicanos han sido asesinados y 14 están desaparecidos, de acuerdo con Laura Angélica Borbolla Moreno, fiscal de la PGR.
Es más, en lo que va de este 2012, se han documentado 10 asesinatos contra periodistas en México.
Ante esta realidad, ¿cómo cerrar el caso del asesinato de un hombre de prensa “gringo” cuando hay tantos mexicanos abatidos en el ejercicio del mismo oficio?
Pero hay que hacerlo. Así como la justicia es ciega, la impunidad no tiene nacionalidad. Otro pendiente urgente para la nueva administración de Peña Nieto. Y no uno menor.