Pemex no es petróleo
La triste confusión que priva entre los políticos mexicanos les lleva mezclar dos términos en toda diatriba que espetan sobre el sector energético. Confunden el recurso natural, fuente del ingreso público federal, con la institución desgastada, inoperante y prácticamente quebrada que los mexicanos debemos sustituir para optimizar el tramo residual del petróleo como fuente energética sustantiva.
Gabriel Reyes OronaLa triste confusión que priva entre los políticos mexicanos les lleva mezclar dos términos en toda diatriba que espetan sobre el sector energético. Confunden el recurso natural, fuente del ingreso público federal, con la institución desgastada, inoperante y prácticamente quebrada que los mexicanos debemos sustituir para optimizar el tramo residual del petróleo como fuente energética sustantiva.
Dentro de 25 años el tema ya no será cuánto petróleo queda o dónde se encuentra, porque las fuentes alternativas para entonces lo habrán desbancado como eje del aparato económico. El precio será el tema, ya que concurrirá con otras fuentes, que para entonces lo harán ver como un recurso sucio y contaminante, propio de economías poco desarrolladas.
En menos de tres décadas, por más que se explore y explote tal hidrocarburo, no podrá ser pilar de las finanzas públicas. Por ello, construir refinerías, cuando hay sobre oferta de ellas a nivel internacional, sonaba ridículo cuando el oscuro michoacano salió con la torpe propuesta, pero ahora, ya sólo pena ajena da la obligada retractación de un proyecto que se equivocó de siglo.
El principal error de la reforma del sector, que da tema a quienes buscan la gracia presidencial, se centra en el energético saliente, sin mirar hacia un andamiaje construido sobre la diversidad de fuentes, donde realmente está el futuro.
Planteada sobre un discurso del siglo XX, es omisa en regular de manera clara y expresa las reservas petroleras, su uso financiero y la disposición estratégica del recurso. No distingue con precisión moléculas del gas asociado con las del no asociado y deja en el más completo limbo el tema de la relación carbón-petróleo, la cual será determinante al fijar el derrotero de la inversión pública privada en el sector, al menos en el presente sexenio, claro, ello al margen de los opacos, pero jugosos contractos que empresas compraron mediante “alianzas” con la paraestatal.
Más allá de las carencias que trae éste nuevo episodio de la lamentable simulación aprobada como reforma en el 2008, lo importante es entender que Pemex alcanzó el punto de no retorno en cuanto a corrupción, ineptitud e inviabilidad financiera.
México precisa de un agente estatal moderno, de vanguardia en lo técnico, por lo que debe abandonarse el vetusto esquema poco exitoso implantado al margen de la constitución y de la ley en 1938. Debe dejar de ser un grupo de ingenieros siguiendo la brecha infructuosa que marcaron los tecnócratas que se apoderaron del organismo, convirtiéndolo en la hoguera de las complicidades.
Reparar una entidad que ha caído en lo más profundo de la opacidad, de las mermas toleradas y de la creatividad del endeudamiento impagable, resulta sustancialmente más difícil que partir de cero.
Un nuevo organismo, que nazca sin taras burocráticas, mafias, procesos sesgados y el contratismo rampante, es lo que se precisa, y no pretender llevar a la fórmula uno un vehículo que hace décadas mostró su obsolescencia.