Para qué ser buena gente
“Es que eres demasiado noble, demasiado buena gente”, me decían una y otra vez mis amigas de la prepa, luego de contarles algún problema con alguien que me había defraudado o había abusado de mi apoyo. Lo que sentía después de cada una de esas charlas era que yo tenía la culpa del abuso, que […]
Genaro Mejía“Es que eres demasiado noble, demasiado buena gente”, me decían una y otra vez mis amigas de la prepa, luego de contarles algún problema con alguien que me había defraudado o había abusado de mi apoyo.
Lo que sentía después de cada una de esas charlas era que yo tenía la culpa del abuso, que era mi culpa ser confiado y buena persona. Algo en mí estaba muy mal y tenía que buscar la forma de cambiarlo.
Esto siguió pasando y se agudizó cuando crecí y entré al mercado laboral. Ser un periodista crédulo y amable me acarreó muchos fracasos y muchos regaños de mis jefes.
“Eres muy pendejo”, me dijo un jefe alguna noche, después del cierre de edición en El Economista. “Tienes que aprender a ser interesado, a buscar amigos por conveniencia y a desconfiar de todos”, me recomendó.
En ese entonces apenas rondaba los 30 años y seguía pensando que algo estaba jodido en mí porque la gente seguía abusando de mi nobleza. En esa época todavía tenía la idea de “arreglarme” para no ser tan raro, tan diferente a los demás.
Han pasado más de 15 años desde entonces y les confieso algo: nunca logré “arreglarme” ni cambiar para encajar en el mundo corporativo y periodístico. Con el tiempo aprendí a quererme así: noble, confiado y buena gente.
Mi tesis era que ser buena persona me daría más frutos que ser ególatra, egoísta e interesado. Para mí, esta tesis se validó a finales de abril del año pasado, cuando fui despedido de la revista en la que trabajaba como director, en plena pandemia.
Lo que siguió al despido fueron tres semanas de centenas de mensajes, llamadas y correos de amigos, conocidos, colegas y todo tipo de personas que alguna vez se cruzaron en mi camino, y con quienes fui amable. Su mensaje fue poderoso: “Aquí estamos para lo que necesites y te podamos ayudar.”
Me di cuenta, por fin, que ser buena gente había valido la pena, y me atreví a emprender un nuevo proyecto de vida.
Hace una semana me encontré con un artículo de Harvard Business Review, “No subestimes el poder de la bondad en el trabajo”, que me emocionó y llevó mi tesis del “buena gente” a otro nivel: la bondad como una habilidad indispensable para los líderes de empresas tras la pandemia, como un factor poderoso para mantener a los equipos unidos, motivados y productivos en momentos donde el trabajo a distancia (sin contacto humano) se normaliza.
En un estudio donde se analizó a más de tres mil 500 empresas con más de 50 mil colaboradores se encontró que los actos de cortesía, ayuda entre compañeros y elogio sincero estaban relacionados con los objetivos centrales de los negocios: alta productividad, eficiencia y menores tasas de rotación de personal, según el texto de HBR.
“Cuando los líderes y empleados actúan de forma amable entre sí facilitan una cultura de colaboración e innovación”, dicen los autores del artículo.
Por fin, tantos años después de pensar que algo en mí estaba mal y que ser buena persona era una debilidad, puedo decirles con toda certeza que se trata de todo lo contrario: ser buena gente es mi mayor poder.