¿Para qué ir a votar?

Indira Kempis Indira Kempis Publicado el
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La jornada electoral de este año no sólo fue histórica en resultados sino en haber reducido el porcentaje de abstencionismo que cargamos como deuda pendiente de la democracia en épocas pasadas. Esta participación ciudadana definió cambios trascendentales, como llevar a la Presidencia a un gobierno de izquierda, por ejemplo. O acabar con el duopolio de los partidos tradicionales en el Senado en Nuevo León, como otra muestra de esta ciudadanía activa en la decisión de sus representantes.

Por eso, la decisión sobre la anulación de la elección en Monterrey, después de que los Tribunales sortearon dos decisiones equidistantes dando primero el triunfo al PRI, luego al PAN, debe ocuparnos en la medida de que no hay certeza sobre una elección limpia, pero también en entender que la ciudadanía desconfía no sólo de sus políticos, sino de las instituciones electorales tanto como de los tribunales.

Y es que el mote reconocido de “ganar” en los tribunales lo que no se gana en las urnas se ha convertido en un modus vivendi. Esto me hace recordar incluso los peores argumentos jurídicos absurdos por los que han pretendido anular elecciones como el de una playera de fútbol que todos conocen.

Si así van a ser las cosas, si no se va a respetar el voto, si no hay garantía de que los competidores no harán trampa con tal de ganar, si como quiera existen los rumores de que la corrupción persiste en esto y que corren ríos de dinero para incidir en los dictámenes. Si las “negociaciones” podrían incluir hasta amenazas o coerción, pues entonces, la gente se pregunta: ¿para qué desperdiciar el tiempo en votar?

Esta percepción generalizada debería encender las alarmas porque no podemos vivir lecciones en la zozobra e incertidumbre, porque ambas, cuando existen todos los factores anteriores, rompen la confianza de que el voto, aunque no es la única herramienta, es la más importante para decidir quiénes serán o son nuestros representantes en los diferentes niveles de gobierno.

Es, definitivamente, una pena que la Alcaldía de Monterrey; a sabiendas de cómo están sus múltiples problemas en diferentes áreas públicas como la seguridad, el desarrollo urbano o la movilidad, tenga que pasar otro periodo (¡otro además de todo este año de campaña en la que algunos se van!) de acédalos de autoridades que tomen las riendas de uno de los municipios no sólo importantes de Nuevo León, sino de los más relevantes en el país.

Muchas lecciones que aprender a raíz de la nulidad de la elección, la más importante es que no deberíamos llegar a los tribunales, que se podría ganar en las urnas si jugáramos limpio, que no es posible que seamos uno de los estados con mayores delitos electorales, pero menos permitirnos porque es mucho más grave y lacera la democracia, que este desencanto de pensar que pueden ganar a fuerza del dinero, de la violencia, de los chantajes y no del voto, de altar dañino para una democracia que necesita entender la gran importancia de nuestra participación y, sobre todo, de que los votos cuentan.

El reto es para los habitantes vigilar que no se pasen de las rayas legales con tal de “ganar”, porque así como se llega, así se gobierna… Nada más para tomarlo en cuenta ahora que vuelva ¡otra vez! a salir a votar.

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