Othón Ruiz Montemayor es todo un personaje en el paisaje empresarial y político de Nuevo León.
Se forjó al frente de las finanzas del Grupo Visa, operando a la par de Eduardo Elizondo como el alter ego de Eugenio Garza Lagüera.
Y fue pieza clave para impedir “el manotazo” de Javier Garza Sepúlveda al emblemático conglomerado que creara don Eugenio Garza Sada.
Con transiciones menos permanentes al frente de los grupos financieros Banorte y Banregio, los dos bancos con genética regiomontana, sus incursiones en la política tienen el sello de un salvavidas.
Lo hizo con Sócrates Rizzo cuando le aceptó la tesorería del Estado y se convirtió en pieza clave para operar el relevo a favor de Benjamín Clariond.
Vino luego a salvar a Natividad González Parás de la rapiña que se dio con el Fórum Internacional de las Culturas, en donde las auditorías que prometió nunca se mostraron en su justa dimensión.
Y ni qué decir de entrar al relevo en la muy cuestionada tesorería de Rodrigo Medina, para terminar aceptando que el dinero de esta administración es manejado por Papá Medina, a través de su incondicional Francisco Valenzuela.
Por eso sorprende que ahora, de la nada, aparezca como el candidato salvador del PRI para San Pedro. Sin calentamiento previo, sin que su jefe el gobernador le diera un “gracias”, por encima de una candidatura en apariencia planchada como la de Jorge Arrambide.
Pero lo que hay detrás de la súbita aparición de Othón Ruiz no es otra cosa que un violento desencuentro con su jefe, el cuestionado Rodrigo Medina.
De la salida de Jorge Arrambide se tejen distintas hipótesis.
Que era un priista cercano al panista Fernando Elizondo, para quien laboró en el sexenio foxista. Y que en las reuniones entre amigos, Arrambide se dedicaba a hablar mal de su jefe supremo, el gobernador.
Fuera por una cosa o por otra, el hecho es que los “peros” de Arrambide se sumaron a los “asegunes” de Othón Ruiz.
Y viendo la persecución del ex tesorero coahuilense Javier Villarreal puso sus barbas a remojar y prefirió buscar una puerta de salida.
Para el viernes 27 de abril, Othón Ruiz se fabricaba la escapatoria perfecta del círculo íntimo medinista.
Se le apersonó al gobernador para decirle que no podía esconder más los esqueletos de Natividad González Parás y los de la familia Medina.
Que él no tenía la menor intención de ser el segundo tesorero en la lista de los perseguidos desde los Estados Unidos.
Peor aún, que su salida silenciosa tenía un precio: la candidatura del PRI a la alcaldía de San Pedro.
Rodrigo Medina lo escuchó atónito. El gobernador y los priistas tenían otra jugada para el relevo de Jorge Arrambide.
La amenaza de Othón era un golpe de timón disfrazado de que era una acción apoyada por el llamado Grupo de los Diez y por Enrique Peña Nieto. Nada más lejos de la verdad.
Para el viernes por la noche, el nuevo candidato del PRI se presentaba –después de su conferencia de prensa- con dos familiares a cenar en La Guacamaya.
Con desplantes escuchados por otros comensales, Othón habló en voz alta de la corrupción dentro del gobierno. Más aún, dijo que ya estaba harto de esconder la deuda real.
Pero ese no es el problema de fondo para los sampetrinos. Es apenas el primer capítulo de una saga.
Por lo pronto la pregunta que se deja en el aire: ¿Podría Othón Ruiz, si el voto lo favorece, ser un alcalde justo y transparente en un municipio en el que los principales antros son manejados por su yerno?