No te aferres… ¡Déjalo ir!
Me levanté poco después de las 4 de la mañana con un dolor intenso en el estómago. No podía ni pensar. Tratando de buscar alguna medicina que me calmara, de pronto caí al suelo noqueado. Había vivido más de 15 años por mi cuenta en ese departamento. Pensé que podía morirme ahí mismo sin que […]
Genaro MejíaMe levanté poco después de las 4 de la mañana con un dolor intenso en el estómago. No podía ni pensar. Tratando de buscar alguna medicina que me calmara, de pronto caí al suelo noqueado.
Había vivido más de 15 años por mi cuenta en ese departamento. Pensé que podía morirme ahí mismo sin que nadie lo notara. Me sentí el hombre más solo del mundo. Mis padres y hermanos sólo empezarían a preocuparse si pasaba una semana sin llamarles. Los vecinos, para quienes casi era un desconocido que sólo llegaba a dormir por las noches, encenderían la alarma hasta que el olor de mi cadáver les alertara.
Esa madrugada no tenía a quién llamar para pedir ayuda. Mientras sentía cómo me hundía en un pozo negro y profundo, muchas imágenes pasaron por mi cabeza. Vi a mi novia, con la que había peleado y terminado días antes. La extrañaba y, pese a las constantes discusiones y diferencias entre nosotros, me aferraba a ella y a esos fines de semana en los que me salía veloz hacia Aguascalientes para escaparme de los problemas del trabajo.
Vi la redacción del periódico donde trabajaba como director del portal web. Me miré atrapado entre los nuevos jefes que habían llegado tras la reciente venta del diario a otro dueño. Miré cómo ejercían presión sobre mí y mi equipo, cómo cambiaban las instrucciones y lineamientos de un día para otro, cómo nos cargaban de más y más responsabilidades, cómo difuminaban rumores sobre que estaban por despedirme, cómo no daban la cara.
Sabía que querían provocar mi renuncia y así ahorrarse la liquidación que me correspondía por ley, pero me aferraba a ese puesto porque pensaba que no habría ningún futuro mejor para mí fuera de ese periódico.
Me vi a mí mismo tirado en el suelo de mi casa y sentí lástima por mí. En ese momento no entendí para qué había trabajado tanto desde niño, si me iba a morir solo y sin nada.
No sé cómo, pero logré levantarme y ponerme unos zapatos. Agarré las llaves del coche y medio desmayado, medio inconsciente, llegué a un hospital a internarme.
Fueron largos días los que siguieron después. Hubo una intervención quirúrgica y varias semanas de recuperación. Sólo así, tirado en la cama, pude soltar mi trabajo en el diario y mi relación de pareja. Entendí que debía dejarlos ir.
Pasaron varios años y con el correr del tiempo vinieron aventuras laborales increíbles en Forbes y en Entrepreneur. También llegaron la mujer que hoy es mi esposa y mi hijo Daniel. Tuve que renunciar a lo que tenía para que viniera algo mejor.
Muchos años después, con esta pandemia, tuve que dejar ir el trabajo que tanto amaba en Entrepreneur y sé que en el camino que falta por recorrer tendré que seguir renunciando a muchas cosas, aunque duela. Pero también sé que siempre vendrá algo mejor.