¡No puedes ser tan feliz!
Cuando la puerta corrediza se abrió, me topé con una oficina casi en penumbras. Al fondo, sólo una gran lámpara que colgaba del techo dejaba caer su luz sobre el imponente escritorio lleno de papeles desordenados por todos lados. Cuando me acerqué un poco a conocer al personaje que me esperaba detrás, noté que de […]
Genaro MejíaCuando la puerta corrediza se abrió, me topé con una oficina casi en penumbras. Al fondo, sólo una gran lámpara que colgaba del techo dejaba caer su luz sobre el imponente escritorio lleno de papeles desordenados por todos lados.
Cuando me acerqué un poco a conocer al personaje que me esperaba detrás, noté que de la lámpara colgaba un muñeco de peluche caricaturizado de AMLO, ahorcado en una cuerda atada a su diminuto cuello.
Era el año de 2006, AMLO se postulaba por primera vez a la Presidencia de México, yo tenía 30 años y estaba a punto de saltar a las “grandes ligas” del periodismo.
El personaje detrás del escritorio era Luis Enrique Mercado, fundador y entonces director general del periódico El Economista. Recuerdo esta escena tras enterarme, hace unos días, de su muerte causada por el COVID-19.
José Manuel Herrera dejaba la sección Valores y Dinero para hacerse cargo de la Dirección Editorial del diario, y me invitó a trabajar en su equipo. Me presentó con Luis Enrique, “el licenciado”, como todos le decían.
“¿Cuánto quiere ganar?”, me preguntó sin más. Apenas atiné a decirle titubeando lo que ganaba en mi anterior trabajo. Se quedó pensativo dos segundos y me dio la cifra del que sería mi nuevo sueldo.
– Antes de que se vaya, dígame: ¿usted es soltero o casado o a qué le gira? –preguntó.
– Soltero, licenciado –le respondí.
–¿Cuántos años tiene?
Cuando le dije mi edad, se agarró los cabellos con las dos manos haciendo un cómico gesto de que se los quería arrancar y me dijo: “¡No puede ser! ¡No puede ser tan feliz!” Me imagino que pensó que, siendo tan joven, soltero, con un buen puesto y con un buen sueldo, tenía muchas razones para ser feliz.
Antes de que saliera de su oficina, el licenciado alcanzó a rematar con una carcajada: “Si en un año no se ha casado, ¡lo corro, cabrón!”
Lo más curioso de esta anécdota de hace 15 años es que sí era feliz entonces, pero yo no lo sabía. Vivía atormentado por mi pasado, extrañando a algún amor que se había ido, o angustiado por un futuro que anhelaba, pero que no ocurría.
Recién terminado este complejo año 2020, cuento esta historia sobre quien fue mi jefe por dos razones: para agradecerle lo que me dejó aprender de él, pero también porque hasta meses después del Gran Encierro (en el que seguimos) pude entender que sólo podemos ser felices si aprendemos a disfrutar el aquí y ahora.
He tratado de practicar esto todos los días para no dejarme caer con el peso de la angustia y la incertidumbre. Como lo escribió el escritor checo Milan Kundera en su novela La lentitud, “la fuente del miedo está en el porvenir, y el que se libera del porvenir no tiene nada que temer”.
Fue justo en la práctica del aquí y ahora, mirando la película Kung Fu Panda con mi hijo de dos años que escuché esta frase que les regalo para el arranque de este 2021: “El ayer es historia, el mañana es un misterio, pero el hoy es un obsequio, por eso se llama ‘presente’”.
Y sí, jefe Luis Enrique, sí podemos ser tan felices.