Cuando las cosas no salen como queríamos, nos culpamos o culpamos a los demás, pensamos en el “hubiera” y ahí nos podemos quedar atorados el tiempo que sea necesario. Después aprendemos que solo es nuestra necesidad de controlar, esa que surge pretendiendo que todo sea como esperamos, la que nos hace sufrir.
Aprendimos a creer en la culpa desde el momento que nos peleamos con un hermano y lo primero que nuestros papás preguntaban era: ¿quién tuvo la culpa? Aprendimos también que todo ser culpable merecía un castigo, ya que era la única manera de aprender.
A la primera sensación de malestar volteamos a ver quién tiene la culpa. La culpa es la principal razón por la que sufrimos. Porque no podemos ver inocencia, pensamos que merecemos castigo y nos vemos como personas incorrectas, tanto a nosotros mismos como a los demás.
Nuestro sistema de creencias aprendió que la culpa podía utilizarse como un método de mejora, pero la experiencia demuestra que en el transcurso de la humanidad, han existido miles de formas para hacer pagar a los culpables y que éstas no han surtido efecto.
Solo refuerza en ellos esa idea errónea de sí mismos. Todos los males de la historia de la humanidad siguen existiendo, los asesinos no dejaron de existir porque se buscó un castigo ejemplar para ellos.
La culpa no es necesaria para aprender.
Es muy liberador renunciar al control, porque pensando que controlamos algo, nos desgastamos, incluso nuestras relaciones con los demás se afectan, porque en “nuestra muy buena intención”, queremos controlarlos o manipularlos para que hagan lo que nosotros creemos que es lo correcto. En realidad esto es falso porque ni sabemos lo que es mejor ni controlamos nada.
Todos a la hora de actuar, pensamos que eso es preferible y lo hacemos de acuerdo a la información que tenemos, a nuestro estado de conciencia y a cómo nos sentimos en ese momento, es decir, siempre hicimos lo mejor que pudimos.
La liberación básica se logra dejando de creer que lo que hicimos provocó que las cosas salieran mal y comencemos a ver que de alguna manera el Universo se confabula para que las cosas sucedan como suceden.
Lo que pasó fue lo que tenía que pasar, lo que va a pasar será lo que tiene que pasar y lo que está pasando ahora es lo único que puede pasar en este momento. De esta manera podré verme inocente y también podré ver que los demás también lo son, porque siempre actúan pensando que están haciendo lo correcto.
Lo que yo digo, lo que yo siento y lo que yo hago, tiene que ver con mi mentalidad, con mi grado de miedo, con la cantidad de información que tengo y el cómo comprendo lo que sucede. Cuando recuerdo que hice lo mejor que pude, abandono la culpa.
Jorge Lomar nos enseña a liberar la culpa diciendo: “Hice lo mejor que pude, no pudo ser de otra manera. Soy inocente”. Y en el caso de querer culpar a otro es: “Hiciste lo mejor que pudiste, no pudo ser de otra manera. Eres inocente”.
El día que por fin entendamos que no podemos controlar el mundo, podremos elegir la aceptación y la paz para vivir los sucesos y las experiencias de una forma muy diferente.
La causa de todo sufrimiento está en mi mente y es ahí donde tengo que prestar atención. ¿Estoy viendo incorrectas a las personas? ¿Me resisto a lo que ocurre? ¿Creo que he estado cometiendo errores? ¿Pienso que no merezco lo bueno?
Lo que pasó fue lo que tenía que pasar, lo que va a pasar será lo que tiene que pasar y lo que está pasando ahora es lo único que puede pasar en este momento. Lo único que está en mis manos controlar está en mi mente, solo ahí puedo elegir cómo lo quiero vivir, cómo lo quiero ver, cómo lo quiero percibir y cómo me quiero sentir.