Música y la pertenencia
Para el ser humano, la música representa una herramienta de aprendizaje, un estímulo para desarrollar otras áreas del cerebro, entre otras cosas. En especial para nuestra especie, como menciona la serie documental de Vox/ Netflix, “En pocas palabras”, las melodías tienen una conexión especial con nuestras emociones. Asociamos una canción con algún viaje, persona, objeto […]
Santiago GuerraPara el ser humano, la música representa una herramienta de aprendizaje, un estímulo para desarrollar otras áreas del cerebro, entre otras cosas. En especial para nuestra especie, como menciona la serie documental de Vox/ Netflix, “En pocas palabras”, las melodías tienen una conexión especial con nuestras emociones.
Asociamos una canción con algún viaje, persona, objeto o día especial en nuestras vidas. Incluso una simple armonía o beat puede representar un radical estado de ánimo: baladas cuando queremos expresar nuestra tristeza, jazz cuando buscamos estar relajados o una canción dance para bailar y desahogar las penas en la fiesta.
Como los juguetes, capaces de obtener vida al representar una conexión profunda con su usuario, la música también la sentimos nuestra. Porque, en cierto modo, es una extensión del cerebro, de la identidad. De no ser por la música, muchos momentos habrían sido más difíciles de superar, o mucho más solitarios.
¿Podríamos imaginarnos una vida sin una banda sonora?
¿Qué pasa cuando la música ya no nos pertenece? ¿Cuando es compartida por millones de personas alrededor del mundo?
Eso simboliza la muerte de iTunes, la plataforma cuya labor fue apretar un botón de reinicio a la forma como consumíamos contenido. En 2001, Steve Jobs anunció en la Macworld Expo de San Francisco la llegada de una tienda electrónica para comprar música, desde discos hasta canciones individuales, convertir los CDs en archivos digitales y la capacidad de crear listas de reproducción de una forma más sencilla y eficaz.
En su momento, revolucionó la relación que teníamos con la música. Comenzó a volverse un medio distinto, donde no era necesario comprar un disco entero para poder escuchar un sencillo de un artista de moda.
Con ello, se estableció la pauta para otra idea revolucionaria: la música por medio del streaming. Así como Netflix fue pionera en la innovación para la industria cinematográfica y televisiva en 2007, Spotify le siguió los pasos en el mundo de las melodías en el 2008. La iniciativa es un rotundo éxito hasta la fecha, porque los usuarios, pagando una suscripción mensual o con publicidad, pueden escuchar millones de canciones, listas de reproducción y crear su propia biblioteca. También existe la posibilidad de compartir listas con amigos, y escuchar unas realizadas por expertos según el estado de ánimo, la actividad o un género específico. Una experiencia individual se convierte en colectiva.
El modelo iTunes sugería un costo de precio por objeto, pero Spotify es un buffet mensual variado de cualquier estilo de música.
Por supuesto Apple, el imperio de consumo digital, no pudo quedarse atrás. Así, Apple Music se anunció en 2015
Parece idílico, ¿no creen? Toda la música a un costo razonable por mes. Sin embargo, es ahí donde está el mayor problema: no es algo adquirido, es algo rentado por siempre. Las canciones y discos dentro de la aplicación jamás serán del usuario. El sentido de pertenencia se pierde.
Para la mayoría es un pequeño sacrificio. Sin embargo, los amantes de la música no disfrutan de tal cláusula, porque no están cumpliendo su deseo de “obtener” la canción o el disco deseado. Incluso la plataforma puede borrar la canción o el artista cuando le plazca. Así es como funciona.
Por supuesto, existen alternativas para los melómanos. Los discos de vinil están en boga últimamente para satisfacer al coleccionista. Además, existe mayor fidelidad de sonido en el material a la existente en un archivo comprimido. Aunque ninguno es mala calidad, la grabación del disco incrementa la resolución sonora.
La debilidad del vinil es, claramente, su costo. Mientras en el modelo de streaming se paga entre 100 y 200 pesos mensuales para escuchar cientos de canciones, un disco con 10 de ellas cuesta alrededor de 300 pesos. Eso si no es una pieza de colección.
Ambos modelos tienen sus ventajas y desventajas. Calidad y pertenencia contra precio y cantidad.
Aunque la muerte de iTunes es algo más simbólico (todavía es posible adquirir discos mediante la aplicación de música del iPhone), representa un cambio de paradigma importante. Porque el sentido de pertenencia en cuanto a la música, el fiel acompañante de las memorias, los deseos y los momentos, se vuelve borroso, algo bajo contrato.
Sacrificar intimidad por expandir la paleta de emociones, aparte de aumentar la extensa banda sonora de nuestras vidas, no está del todo mal. Simplemente es bailar a un ritmo diferente.