Museo amarillo
La dirigencia de ese partido podrá decir que intervino en el ejercicio pactista bajo la aureola santa de la honestidad del sino juarista, pero poco creíble es que su situación, alejada de ocupaciones remuneradas, mantenga la desahogada posición financiera que muestran con el paso de los años, en los que han venido sufragando el día a día, sin tener que incorporarse a las filas de los que se encuentran bajo nómina o contrato.
Gabriel Reyes OronaLa dirigencia de ese partido podrá decir que intervino en el ejercicio pactista bajo la aureola santa de la honestidad del sino juarista, pero poco creíble es que su situación, alejada de ocupaciones remuneradas, mantenga la desahogada posición financiera que muestran con el paso de los años, en los que han venido sufragando el día a día, sin tener que incorporarse a las filas de los que se encuentran bajo nómina o contrato.
Esos líderes de la izquierda moderna se atienden sin problema en los restaurantes de moda en la capital; realizan viajes lejos del peladaje y cambian vestuario sin cargar tarjetas de crédito. Encontraron la piedra filosofal de la manutención de oficinas privadas y campañas permanentes de la imagen personal, sin tener que trabajar.
Todos ellos cuentan con una cantera sólida y productiva de “empresarios” que van cerrando negocios y contratos, en tanto que ellos dicen la última palabra de un puñado de aguerridos legisladores que lo mismo dicen blanco que negro, sin el menor recato o remordimiento de principios.
En el Distrito Federal, los delegados, que no son sino munícipes disfrazados, resultan tlatoanis que hacen y deshacen -con permisos y licencias- los negocios que ningún presidentucho del interior acariciaría en sus más intensos sueños. Pero aún nadie ha volteado a ver a los verdaderos cardenales del financiamiento amarillo.
El más granado ejemplo lo constituye Víctor Hugo Romo Guerra, a quien le ha dado por ser el “chavo fresa” que nunca fue, y quien suele comportarse como ese pequeño feliz burgués que tanto critican los perredistas.
Hoy, bajo la sombrilla amarilla lo mismo se hacen fiestas en la rotonda de las personas ilustres, que tornan en antro lo que se supone era un museo.
Sí, cuando se habla de “la michoacana” es inevitable pensar en una paletería de barrio, así como cuando se dice JUMEX, resulta inevitable pensar en abarrotes, no así en un museo.
Pero no, bajo el manto amarillo resulta que los juniors pasados de años, pueden hacer del uso del suelo su ayate. Ante un aforo lamentable, se han decidido a convertir un centro de arte y cultura en foro de tamborazos y fábrica de borrachos.
El cenáculo cultural, que muestra piezas que no convocan a los turistas, se viste de noche en tugurio de quinta hasta altas horas de la noche, bajo la anuencia y tolerancia del consentido de Amalia García.
Si el objetivo es llenar uno de los edificios más feos de la ciudad, podrían colocar tubos y privados en el último piso. Al fin que hay presupuesto para pagar opiniones acerca de esa colección, que dista mucho de ser lo que se dice.