Como México no hay dos, dice la vox pópuli y está en lo cierto.
Porque México es uno de los pocos países del mundo donde no hay atentados ni sabotajes, sino lamentables accidentes.
La historia de este tipo de siniestros resulta interesante cuando nos remontamos al 4 de junio de 1969, fecha en que una nave de Mexicana de Aviación se estrella cerca de la ciudad de Monterrey.
Carlos A. Madrazo, expresidente del Partido Revolucionario Institucional, estaba entre los pasajeros.
Alfredo V. Bonfil, líder de la Confederación Nacional Campesina, fallece en accidente aéreo el 28 de enero de 1974, cuando a bordo de una avioneta se trasladaba del puerto de Veracruz a la ciudad de Querétaro.
Ramón Martín Huerta, perdió la vida el 21 de septiembre del 2005, durante en otro accidente aéreo.
En esa ocasión, viajaba en helicóptero al penal de máxima seguridad La Palma (antes Almoloya), para abanderar a los nuevos custodios.
Juan Camilo Mouriño, como secretario de Gobernación, después de una serie de actividades en la ciudad de San Luis Potosí, murió en accidente de aéreo el 4 de noviembre del 2008, cuando el Learjet 45, en el que regresaba a la Ciudad de México, se estrelló cerca del Periférico y Paseo de la Reforma.
José Francisco Blake Mora, quien relevó en el cargo a Juan Camilo Mouriño en la Secretaría de Gobernación, fallece en otro accidente aéreo el 11 de noviembre de 2011.
El helicóptero en el que viajaba el responsable de la política interior del país, se estrelló en Santa Catarina Ayotzingo, Estado de México.
Lo “raro” de los percances aéreos mencionados, es que en éstos murieron personajes claves que, en su momento, desempeñaban actividades importantes para la vida nacional.
En otras palabras, las víctimas de estos accidentes aéreos eran para el sistema político mexicano, en general y, para el gobierno, en particular, claves en sus respectivas áreas de acción.
Dos años después del percance aéreo en el que murió Blake Mora, 31 de enero de 2013, se registró una grave explosión en las instalaciones administrativas de Petróleos Mexicanos, Pemex.
A partir de las 20 horas de ese día, se iniciaron las declaraciones: Que “se investigaría a fondo”; que “se revelaría la verdad sea cuál sea”.
Sin embargo, Emilio Lozoya Austin, director de Pemex, sin conocer a fondo la situación que prevalecía en México, pues volaba de Asia a México, vía twitter ya aseguraba y daba como oficial la versión del accidente.
Ocho días después de sus primeras declaraciones, Lozoya Austin subrayó que lo que hasta ahora se sabe de la explosión, “no es suficiente”.
México, pues, es si no el único, uno de los pocos países donde los atentados o sabotajes no existen… oficialmente.
¿Alguien sabe en qué otra nación mueren en accidentes aéreos, en el lapso de años, dos secretarios o ministros del Interior? Es pregunta.
Sobre el caso específico del estallido del 31 de enero en las instalaciones de Pemex, se pudieron observar algunas cuestiones interesantes, como el pánico que invadió a los responsables de la seguridad interior y de justicia federales, así como su bisoñería. Llegaron todos, y por la foto tropezaron todos.
En cuestiones de incapacidad en todo este asunto, Emilio Lozoya Austin no vende piñas. Porque en la Dirección General de Petróleos Mexicanos, además del contratismo rampante que prevalece y que, a través de la historia de esta paraestatal, se han festinado, también hay que enfrentar situaciones de crisis, en las que ya exhibió no contar con la suficiente madurez.
De Carlos Romero Deschamps, sempiterno y corrupto seudo dirigente petrolero -cerca de 40 años, incluyendo su irresponsabilidad seccional-, solamente estuvo para aparecer en prensa y televisión.
Para él, este caso fue un acto demagógico más, al prometer plazas a los deudos de las 32 víctimas de ese siniestro. Estos problemas no se arreglan en forma tan simplista.
Y al final ¿no pasa nada?