Cuando leí la siguiente nota proveniente de un diario carioca confirmé, una vez más, la inmensa distancia que nos separa de buena parte del mundo en materia de ética y respeto al patrimonio ajeno, el de los contribuyentes, desde que se dispone de manera impune e ilícita de los ahorros propiedad de la nación:
“El presidente del Senado de Brasil, Renan Calheiros, devolvió hoy a las arcas públicas 11 mil 620 dólares (unos 27 mil 390 reales) por el uso de un avión oficial que tomó la semana pasada para ir a Recife (norte), donde le fue practicado un implante capilar”.
México no cambiará mientras los diputados y senadores no paguen impuestos en contra de lo establecido por la Constitución que establece la obligación de todos los mexicanos de contribuir con los gastos públicos, ni cambiará en tanto se ignore la voluntad popular en torno al número de legisladores, el monto de sus dietas y no se logre integrar una auténtica representación nacional. Hoy nuestros congresistas se representan a sí mismos en el entendido que la sociedad no tiene ni voz ni voto en dichas cámaras.
México no cambiará mientras el salario mínimo no alcance siquiera los 70 pesos diarios, existan más de 50 millones de mexicanos sepultados en la miseria, 70 por ciento de los agentes económicos permanezcan en la informalidad, se practique a gran escala la evasión fiscal y en una magnitud todavía superior el peculado y el descarado robo de los haberes públicos, constituya el más popular de los deportes nacionales.
México no cambiará mientras el 98 por ciento de los delitos que se cometen en el país permanezcan impunes y ministerios públicos y jueces subasten al mejor postor la impartición de justicia, y menos cambiará en la medida en que el Estado de Derecho continúe siendo una aspiración y no una realidad en el seno de la cual se pueda construir una poderosa sociedad que respete las normas que ella misma emitió.
México no cambiará mientras la nación no proteste ante los excesos y desfalcos ejecutados por una autoridad históricamente podrida que se solaza en las hediondas entrañas en descomposición de una ciudadanía acostumbrada a la estafa de sus propios haberes y que tampoco denuncia las extorsiones de los monopolios públicos y privados que cobran las tarifas y derechos de bienes y servicios más caros del mundo.
México no cambiará mientras el cemento, la banda ancha, la telefonía, la electricidad, las comisiones por los servicios bancarios, entre otros escándalos, impliquen cuantiosas exacciones a cargo de los usuarios y menos aún prosperará en tanto las escuelas representen centros en donde se incuba la mediocridad y el atraso y ni políticos ni curas ni maestros ni comunicadores sean distinguidos con el crédito público. ¿A quién le cree el mexicano…?
México no cambiará mientras la delincuencia organizada siga corrompiendo a la autoridad y apenas un reducido grupo de mexicanos mantenga con sus impuestos al gobierno y otro numeroso sector de compatriotas vea en el exterior mejores posibilidades de supervivencia, en donde tenga garantizada su integridad física y a buen recaudo sus haberes patrimoniales.
México no cambiará mientras la sociedad siga culpando al gobierno de todos nuestros males e insista en la existencia de las culpas absolutas… ¡Cuán largo es el camino que todavía tenemos que recorrer…!