El combustible es tan antiguo como la manipulación psicológica de un ser humano hacia otro. Las masas, sin embargo, son más recientes, y la manipulación colectiva es una práctica contemporánea -de algunos siglos para acá- que cada día resulta más fácil de ejecutar.
Manipular a una masa social hoy es tan fácil que en 140 caracteres se puede lograr.
Entiendo el por qué técnico de la alza a los precios de la gasolina. No estoy de acuerdo en el cómo, pero menos en la retórica fabulosa que el gobierno del presidente Peña Nieto utilizó para encantar a nosotros los amantes del “atole con el dedo”. Sin embargo, aquí estamos.
Resulta épico el desarrollo de una convulsión social en una realidad tan humana como es la digital.
Sí, los saqueos, bloqueos y desmanes físicos en distintas ciudades del país, bien documentados por los medios de comunicación tan convencionales, impactan. Pero mientras esto sucede, en aquel espacio intangible en donde todo pasa, y a veces pareciera ser que no pasa nada, se suscita un prólogo de una revolución. Las redes sociales, la web está en llamas, el grito libertador de hartazgo y de lucha se escucha claro y fuerte en el mundo digital.
Eso me da miedo.
Y me da miedo, porque las últimas grandes revoluciones -auténticamente sociales o provocadas mediante instrumentos de manipulación- han iniciado por el producto de las puntas de los dedos que supieron qué decir. Más bien, que supieron dar un verdadero gasolinazo al fuego lento de un país.
Resulta un tanto ingenuo creer que las decenas de miles de manifestantes que asaltaron la plaza de Tahrir en Egipto para derrocar al presidente Mubarak caminaron solas. No saber que miles de personas digitales, números de teléfono tan falsos que eran reales se abalanzaron sobre la sociedad como una nube pirotécnica es no entender la conquista de todo lo que hace beep.
Ayer sentado, analizando una especie de cataclismo digital me di cuenta que esto, el gasolinazo, la frustración y descontento social, la sed de justicia y el encabronamiento irracional pero con toda razón de los mexicanos es tan solo el inicio del final de una era política. Y me aferro al término: la “hoguera política” de nuestro tiempo. Porque el país acaba de recibir una lluvia de combustible socioeconómico que difícilmente sabremos cuándo terminará o en qué terminará.
Sólo sé, porque ese es mi trabajo, que lo iniciado ayer por algunos actores políticos, el intento de manipulación de las masas, sólo fue un simulacro.
Lo que se vio en los últimos días es que al gasolinazo se le echó gasolina en una forma de manipulación de las masas que se ha probado que, de llevarlo hasta el final, podría significar la muerte súbita de un régimen de gobierno.
Un ejemplo resultó claro. Los últimos intentos de golpes militares -reales o ficticios- se planearon en salones cerrados en la cumbre de la secrecía.
El llamado de aquel general retirado, probablemente más sediento de otra cosa que de sangre -aún así válido- se dio frente a una cámara que alcanzó la nueva televisión humana llamada YouTube.
Ante ello sólo espero que las empresas o entidades que pretendan montar un ejército digital, para bien o para mal, sepan hacerlo, de lo contrario el intento morirá como un simple gasolinazo a un fuego que, o se ahoga o lo quema todo.