Para muchos Michoacán dice lugar de los que poseen el pescado, para otros, lugar de guerra, violencia y muerte.
La agricultura fue su principal actividad, solo Uruapan exporta 200 mil toneladas de aguacate al año. El último censo del Inegi reportó 4,351,037 habitantes, muchos de ellos hoy han muerto. Su gente se ocupa mayormente del sector terciario (comercio y servicios).
Michoacán ha sido cuna de distinguidos personajes; en la Independencia: José María Morelos y Pavón, Josefa Ortiz de Domínguez Ignacio López Rayón y Agustín de Iturbide; en la Revolución: Melchor Ocampo; Presidentes: Pascual Ortiz Rubio, Lázaro Cárdenas del Río; Felipe Calderón Hinojosa, entre otros.
Hace muchos años, en este hermoso y hasta entonces próspero trozo de nuestra patria, un mal mayor se domicilió en sus calles, en sus pueblos y en sus gobernantes. Hoy, de acuerdo con expertos, el estado se encuentra irremediablemente incrustado en una espiral de deterioro, envuelto en un conflicto político-militar entre varios grupos armados ilegales que han calado en el centro y corazón de sus gobiernos, familias y personas.
Hablar de un lugar en el que policías municipales extorsionan sistemáticamente a comerciantes es hablar de un lugar infectado por el contagioso virus del temor, la ambición y la mediocridad. El hombre, una vez que olvida su origen y destino, se convierte en el único animal sádico que mata a gran escala.
Solo la muerte podría narrar por su omnipresencia los episodios de heroísmo y dolor que vive el estado, el lado humano de la tragedia, el llanto de madres de hijos desaparecidos, el dolor y sufrimiento de los hijos de padres asesinados, la soledad y angustia de los secuestrados, las lágrimas de las mujeres ultrajadas, la soledad y tristeza de los hogares amenazados, la rabia de los despojados.
Los episodios que el Estado ha vivido en los últimos años y que se recrudecen ahora no podrán ser reseñados uno a uno, porque son muchos y porque son fuertes y el olvido preferirá enterrarlos; flotará, sin embargo, por años en el ambiente el dolor y olor a podrido de las guerras, de esas guerras que dan pie y conviven con el heroísmo y la grandeza de quienes saben mirar a lo alto y decir que no.
Y estos últimos, aun siendo pocos, son quieres nos permiten decir -usando una de las letras de Serrat- que hay un Michoacán que quiere vivir y a vivir empieza, entre un Michoacán que muere y otro Michoacán que bosteza.