Los amigos del oro negro
Cesar Nava, del más puro linaje Yunque, se colocó en el arca abierta dispuesto a pecar lo necesario para que el grupo de bohemios sin oficio se volviera poderoso.
Así fue como cansado de malos tratos en Jalisco, el abogado llegó a Pemex en busca de fortuna, deslumbrado por los lingotes de oro que Barrio Terrazas había operado en la campaña de Fox con la ayuda de algunos funcionarios hacendarios de lealtad distraída.
El famoso Pemexgate fue todo, menos producto de la casualidad.
Gabriel Reyes OronaCesar Nava, del más puro linaje Yunque, se colocó en el arca abierta dispuesto a pecar lo necesario para que el grupo de bohemios sin oficio se volviera poderoso.
Así fue como cansado de malos tratos en Jalisco, el abogado llegó a Pemex en busca de fortuna, deslumbrado por los lingotes de oro que Barrio Terrazas había operado en la campaña de Fox con la ayuda de algunos funcionarios hacendarios de lealtad distraída.
El famoso Pemexgate fue todo, menos producto de la casualidad.
La entrega de recursos a la campaña de Labastida fue calculada y documentada por hacendarios que tenían la capacidad para autorizar la salida de multimillonarias sumas para un bando y para el otro.
Cuando el vendebotas se granjeó al equipo tecnocrático, la suerte quedó echada.
Listos estaban para impugnar la elección en caso de que el resultado les resultara adverso.
Quedó entonces claro el peso del oro negro. Aunque Calderón no tuvo forma de colocarse en el ánimo de los “headhunters” para cobrar en Marina Nacional, supo empujar a su paje, quien presto llegó a encontrar mecanismos para descarrilar el Pemexgate, mediante complejas negociaciones con el Sindicato, poniendo las bases para un “buen” arreglo en el lugar indicado. Los amigos de Fox pasaron a ser amigos del abrumado Sindicato y se pusieron las bases para tapar el sol con un dedo, mediante un pagaré que se cubrió con dinero que el hábil financiero Suárez Coppel sacó por la puerta de atrás para tirar todo el proceso áureo.
Con la llegada de Calderón a la Sener, Nava fue promovido como cabeza jurídica del sector y desde ahí puso a su sucesor, Soriano Rosas, quien tenía la medalla puesta de haber librado a Rojas Mañón del “toallagate”. La mancuerna, bajo el peor secretario de energía que ha tenido el país, quedó armada, y a partir de ese momento nació con frenesí el idilio con Juan Camilo, en ese entonces Vicepresidente de la Onexpo, o sea, el paladín del emporio gasolinero, sector entonces acusado de generar enormes sumas de efectivo mediante el tráfico de faltantes de gasolina despachada.
Poco después apareció alegre Calderón en la boda del financiero de la paraestatal para ocupar el lugar de padrino, y, poco después, se dio el Pacto de Jalisco, sí, Jelipe dio el abrazo a la empresa de lubricantes, entonces enfrentada con el área financiera de Pemex, y, ahí, anudó a su primer patrocinador, ocasionando el famoso destape.
No fueron despensas, sino jugosas componendas en ese sector, las que derivaron en fortunas no contabilizadas, mismas que llevaron al blanquiazul a la silla en la elección más sucia y discutida del país.