Legitimidad y desarrollo

Arturo se hizo rey en el momento que sacó a Excálibur de la piedra. El mito relata que al hacerlo probó tener los atributos que se buscaban en un soberano. La sola espada le daba no sólo reclamo al trono, sino legitimidad.

El presidente Peña sabía que su constancia de mayoría obtenida tras las elecciones del 2012 le daban el reclamo a la presidencia. Sin embargo, eso no basta. Un gobernante ratifica su legitimidad día a día.

José Luis Tamez José Luis Tamez Publicado el
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Arturo se hizo rey en el momento que sacó a Excálibur de la piedra. El mito relata que al hacerlo probó tener los atributos que se buscaban en un soberano. La sola espada le daba no sólo reclamo al trono, sino legitimidad.

El presidente Peña sabía que su constancia de mayoría obtenida tras las elecciones del 2012 le daban el reclamo a la presidencia. Sin embargo, eso no basta. Un gobernante ratifica su legitimidad día a día.

Luis XVI tenía un perfecto reclamo al trono de Francia y eso no evitó que le cortaran la cabeza. José Luis Abarca fue electo alcalde de Iguala y hoy enfrenta un proceso de investigación por abuso de poder y crimen organizado junto con su esposa.

Un ejemplo que debe atender el presidente Peña es el de Japón. El pobre desempeño económico de los últimos dos trimestres ponía en entredicho el mandato del primer ministro japonés Shinzo Abe.

Los tres ejes rectores de su plan para reactivar la economía japonesa –bautizado como  “Abenomics”-, se han puesto duramente a prueba en últimas fechas.

El premier japonés alega que el paquete de reformas económicas que busca poner en la agenda parlamentaria son el complemento al impuesto al consumo puesto en marcha en meses anteriores y a las laxas políticas fiscal y monetarias.

Y es aquí donde entra la maniobra política. Abe llamó a elecciones anticipadas, a sabiendas que tenía el momento político de su partido a favor. 

 Aumentó a dos terceras partes su mayoría en el Parlamento y ganó legitimidad para exigir a sus rivales la aprobación de una agenda de reformas avalada por la mayoría del electorado.

Los hechos en Iguala son sin duda una tragedia, pero daban un marco inmejorable para hacer un llamado a reformar de forma profunda nuestro lesionado Estado de Derecho.

Por más impopular que fuera el presidente y el PRI, un sólido llamado a la legalidad y una rápida respuesta de nuestro Jefe de Estado nos habría ahorrado la crisis actual.

Sin embargo, con el pobre llamado a una reforma anticorrupción –que está a todas luces incompleta- y con un escueto anuncio de la desaparición de las policías municipales, el presidente perdió su oportunidad de capitalizar el momento para sí. 

En primer lugar, porque la reforma da más poder a la autoridad que al órgano encargado de la auditoría. 

El sistema anterior era más que imperfecto, pero mínimo desvinculaba jerárquicamente al auditor del gobernante, con la reforma actual esto se pierde.

Segundo, por el momento en que esto se da. En medio de un escándalo de corrupción y tráfico de influencias en los que se involucran al secretario de Hacienda y el presidente. Por supuesto esto les resta credibilidad al momento de presentar iniciativas en la materia.

¿De qué servirán las reformas, si el mismo presidente desobedece la ley? ¿Cómo habrá reforma educativa con los profesores en las calles? ¿Cómo hablar de Momento de México si hay crisis política?

Al principio del 2012 se hablaba del Momento de México y la puesta en marcha del programa “Abenomics” en Japón. 

Y aunque las cifras económicas no son concluyentes en ninguno de los dos casos, mínimo en Oriente se ve que no pierden de vista el objetivo y usan de forma inteligente todas las herramientas políticas a su alcance. 

Dudo que las elecciones intermedias ayuden a mitigar la crisis de gobernabilidad. 

No basta con sacar una espada de una piedra para tener un claro mandato al poder. Ponerse “la banda” y recitar el juramento de toma de protesta será solo anecdótico, si el presidente no toma las riendas del país. 

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