Las ironías de la juventud versus la experiencia

Ocho años de experiencia no parecen ser suficientes a razones de situaciones que ponen en duda su credibilidad a su paso por el servicio público.
Arturo Fernández Cisneros Arturo Fernández Cisneros Publicado el
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Hace unos días el adolescente Ejecutivo del Estado más mamerto del país se autonombró en sus minutos de verborrea durante la entrega del Premio Estatal de la Juventud, como posible candidato a suceder al señor madrugador, artífice y gandalla de todos los actos y roles circenses, incluida su Morena bronceada –no importa, esto no es nada nuevo en la política surrealista del Méjico májico contemporáneo, donde la mentiras cibernéticas dominan los cerebros más inocentes que por ende son los más afectados y donde las creen solo los más allegados.

La onda aquí es la pregunta que lanzo: ¿Queremos un presidente joven? A lo que todes allí presentes dijeron ¡pero por supuesto que sí!; pero uno con suficiente experiencia para sacar el trabajo con la política de neta, de ese atributo del que más carece. Qué empatía puede generar si ni siquiera conoce los barrios, las rancherías, las comunidades olvidadas por la burocracia y la incapacidad de la mayor parte su gabinete; se brincó el paso saludable de administrar una municipalidad que es donde se da el vínculo más cercano con el ciudadano: allí es donde se forja el servidor público.

Porque ocho años de experiencia en este caso no parece ser suficiente a razones de situaciones que ponen en duda su credibilidad:

Como estudiante le pasó de noche el léxico, es dudable que logre redactar dos cuartillas sin errores. No se demuestra ni el argot de un triple doctorado, que por cierto uno de ellos de una escuelita de dudosa reputación. Hasta él ostentando del sentir del magisterio por unas cuantas clases que según esto impartió a universitarios.

Como diputado, fue una lámpara que deslumbró a todo el estado; nadie pensó que un chico desconocido pudiera haberse colado, y lo lograste con el apoyo del empresariado; tu headhunter está tan orgulloso. Pero dejó a deber la escurridiza iniciativa de eliminar el cobro de estacionamiento en centros comerciales y unas cuantas más.

Como senador denunció al exgobernador de Veracruz ante La Haya; después se supo que solo se obtuvo el acuse de recibo, más nunca se reveló la admisión de tal; tampoco se sabe del supuesto seguimiento que se le dio. Pocos saben de los tropiezos que tuvo como senador; los compañeros que están por salir han mencionado chistes y desafortunados momentos en tribuna que no llegaron al estado por el bloqueo de redes sociales. Tal como esa dispersión geolocalizable estratégicamente que se pautó en redes sociales el pasado fin de semana donde es santificado como un ser milagroso, lleno de luz y esperanza para los mexicanos que aún creen en espejitos.

Como candidato a la gubernatura abrió tanto la boca con el Pacto Fiscal que parece haber causado empacho de promesas de carente comunicación y con mucha mercadotecnia. Los medios se volcaron hacia él; por las jugosas pautas que se les contrataban, además de las dádivas para asegurar al menos el primer contrato anual con cada uno de ellos.

Como fanático deportivo: chaquetero de más de seis equipos que casualmente llegaban a las finales de futbol gabacho. Una revelación de estar en la moda y no en la convicción.

Como gobernador, el límite de las fanfarronerías, incluidos sexagenarios de mucha experiencia en el litigio privado y en la academia, pero nula en asuntos político–públicos; Y lo peor está por venir, porque a como se ve, se asoma la probabilidad de no concluir el sexenio para completar la trilogía de los 18 años perdidos de Nuevo León. Es difícil olvidar ese debate con los excandidatos Clara Luz donde te asemejó con Jaime Rodríguez y Fernando Larrazábal con Rodrigo Medina; comentarios acertados en su momento para pocos, ahora tienen la razón del presente; algo así como un testimonio adelantado o como una proyección, y ninguno parecía ser adivino.

Y digan lo que digan, la experiencia en política se forja desde estar en la ventanilla de atención ciudadana; en la caja recaudatoria; en la visita domiciliaria; en la gestión tan básica como darle seguimiento a una petición, trámite y solución. Ahí comienza la empatía por el servicio público, ahí es donde te pones, aunque no quieras, en los zapatos de los más necesitados. Ahí comprendes que el poder es para servir y no para ser servido.

Ni siquiera hay muestras finas y elegantes para hacer política: ésta no es para pelearse con el Congreso; no es para confrontarse de esa manera. Se atacan los argumentos, no a las personas. La política es llegar a acuerdos, es lograr con poco, mucho.

Así que no es buena onda el insulto, ni las frivolidades, ni despedazar papeles membretados; ni hacer menos a la experiencia de los secretarios casi sexagenarios del gabinete. Todo el séquito de activistas que ahora son paleros y obedientes de la inmadurezzz, se ven desinflados y desfigurados; solo como nota recordatoria: “El diablo sabe más por viejo” –Chamaco pendejo, le diría cualquier sabio de la vida rural, donde la contemplación de la naturaleza, incluida la humana, hace sensible y forja las cualidades del político.

Qué cerca está del pensamiento americano desechable y tan lejano del estadista Bernardo Reyes.

Y como todas son puras mentiras, esas que no se borran, esas que no se olvidan: nada como darse este hitazo del álbum Clandestino del 98, lleno de verdades y estimulantes letras de Manu Chao. No por nada fue desterrado por orden presidencial del país por más de 10 años.

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