Al igual que otras reglas de la naturaleza que a veces nos incomodan, el envejecimiento es inevitable. Todos nos volvemos viejos con el paso del tiempo.
Con una excepción: la de quienes mueren jóvenes.
Jim Morrison seguirá siendo un chavo de 27 años para los ojos de las futuras generaciones, con el eterno resplandor juvenil que también percibimos en otros muertos célebres: Amy Winehouse, Janis Joplin, Brian Jones, Kurt Cobain, Jimi Hendrix, entre los más connotados.
Ellos no recibirán nunca los vituperios y descalificaciones de las que no se salva prácticamente ningún rockero viejo. Más o menos a partir de los 50, los señalamientos y el desdén se tornan recurrentes hacia los músicos de largo kilometraje, casi siempre por parte de personas de edades menores que suelen confundir la madurez con la falta de creatividad o talento.
Con todo lo desagradable que debe ser escuchar o leer expresiones negativas o irrespetuosas, es seguro que los veteranos no envidian la suerte de quienes se conservan jóvenes, bellos y muertos.
Cuando se cierra un año e inicia otro, como ahora que recién brincamos al 2023, es más fácil tomar conciencia de que vamos avanzando en el camino sin retorno del tiempo. Por si se nos había olvidado, nos damos cuenta que hemos envejecido cuando el calendario pasa al siguiente año.
Hacer mofa de quienes ya rebasaron la línea –arbitraria por cierto– que divide la juventud de la madurez es una manifestación de miopía existencial. Cualquier gran músico que hoy tenga 20 o 30 años de edad, al paso del tiempo será también un viejo, sus fans deberían saberlo y comprender que ellos envejecerán igual.
Al margen de que la pérdida de la juventud le sucede a todas las personas, y por lo tanto hacer bullying a los mayores es como escupir hacia arriba o tentar al karma, en la música y en el arte en general la edad no juega un rol determinante.
Los músicos no son atletas, su creatividad no depende del vigor físico ni de la masa muscular, y su rendimiento escénico no está supeditado a los niveles de testosterona. Claro que sí existe una relación directa entre la explosividad juvenil y la fuerza disruptiva de los nuevos talentos, pero la frescura y la novedad no son los únicos atributos de la música de calidad.
Contrario a lo que suelen creer muchas personas que opinan a la ligera, los talentos añejos por lo general siguen creando música nueva. Es cierto que difícilmente obtendrán atención mediática y sus canciones no se colocarán como éxitos de moda; pero el arte no se detiene, sigue brotando sin importar la edad.
En el ámbito de la creatividad, muchos artistas son auténticos adolescentes de 70 años de edad (o más).
En todo caso, lo que merece mayor atención y crítica es el público que sigue a los músicos veteranos. Es muy común que sus propios fans, avejentados en gustos y preferencias, los obliguen a convertirse en actos de nostalgia. A los zombie-fans no les interesa escuchar las canciones nuevas, ellos exigen la enésima interpretación de las mismas canciones.
Sí, el tiempo transcurre y los años se nos van acumulando. Le sucede a los músicos, al público, a los periodistas. Pero como dicen por ahí, hay que tratar de ser jóvenes hasta morir de viejos. Es lo mejor que podemos hacer.
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