La tormenta perfecta
Contando con los legisladores más dóciles de la historia, el Congreso de la Unión se enfrenta a un dilema económico financiero. Aunque las tres bancadas principales se encuentran notoriamente domadas, el problema es que ahora no se trata de “hacer política”, sino de proveer de instrumentos que permitan sortear la compleja realidad del país, a la que no pueden arrinconar, ni arreglar a billetazos o con indagatorias armadas a modo.
Gabriel Reyes OronaContando con los legisladores más dóciles de la historia, el Congreso de la Unión se enfrenta a un dilema económico financiero. Aunque las tres bancadas principales se encuentran notoriamente domadas, el problema es que ahora no se trata de “hacer política”, sino de proveer de instrumentos que permitan sortear la compleja realidad del país, a la que no pueden arrinconar, ni arreglar a billetazos o con indagatorias armadas a modo.
No cabe duda que el mayor impacto lesivo de las finanzas públicas lo apadrinó José Isabel Trejo, mago que después de aparecer el transitorio creador de hoyo negro que brindó un programa de facilidades copiado del pasado, pero que incluyó supuestos que nunca antes habían sido autorizados, supo hacer un acto de desaparición que no permitió jamás aclarar quien había propuesto e incluido tan aberrante medida.
Los beneficiarios anticipaban un régimen fiscal hostil, y por tanto, hicieron un último retiro de las arcas públicas para capotear el régimen que se decía apuntaría hacia donde se genera la riqueza nacional, abandonando al paradigma tecnocrático que dice que la recaudación debe centrarse en millones de pobres, y no en menos de mil empresas que concentran el ochenta por ciento del Impuesto Sobre la Renta.
Se toparon con un personaje de trayectoria insípida, que de la noche a la mañana tuvo la varita mágica de la negociación de los instrumentos fiscales.
Nuevamente los funcionarios ponen el dedo en el renglón equivocado, en la economía informal. En lo único en que tienen razón es en que es tan grande o más que la formal, pero en lo que se equivocan es en que se trata de un problema disperso en millones de ciudadanos que buscan seguro social, créditos para casa o apoyos changarreros.
En ese tiro desafortunado, encontramos a un INFONAVIT que cada día ésta peor, fuera de sus cauces institucionales, sin dar cuenta de la formación de los caudales actuariales necesarios para afrontar lo que ofrece.
Prometer no empobrece, pero cumplir es lo que mata. Ha tomado la ruta del asistencialismo sesentero y no tarda en requerir rescate presupuestario.
Ahora el problema central está, como lo hemos dicho, en la base del sistema financiero popular. Nuevamente la solución del problema no es poner parches en la Carta Fundamental, con doscientos transitorios, sino en volver a tomar las riendas de los mecanismos de captación que Meade y Cordero soltaron de manera irresponsable.
Así, los legisladores volverán a tender la mano para ver que les queda en la discusión del paquete financiero, mientras piensan que votar lo que les manda sin leer es lo mejor. Eso nos podría colocar en la antesala de un nuevo y severo episodio, de esos que Calderón decía que ya no existían, pero que terminó siendo la crisis del 2009.
Sí, la reserva de activos internacionales tiene un propósito específico y no es el pagar deuda pública, sino absorber desfases de ingresos externos, es para dotar a la economía de insumos del exterior. Pero la arrogancia sigue haciendo lo suyo.