Hace un año la pandemia aún azotaba el país y los conciertos y festivales se anunciaban entre la niebla de la incertidumbre.
Había indicios de que el panorama sería muy diferente al caos del 2020 y 2021, pero nada lo garantizaba, y pagar las entradas para cualquier espectáculo programado en 2022 era un acto de fe acometido solo por los verdaderos creyentes.
Trastabillando a ratos, finalmente podemos decir que en el transcurso del año la industria de la música se reactivó por completo en el país.
En algunos estados el proceso fue más lento: en Chihuahua, por ejemplo, todavía en agosto se restringían los aforos y se obligaba al público a usar cubrebocas y el inútil gel para las manos.
Y vaya que la vida no es perfecta… A la sequía de música en vivo que padecimos por casi dos años, le ha seguido lo contrario. Como las dietas que provocan una reducción drástica de peso, así nos llegó el “rebote” de conciertos y festivales de todas las tallas y estilos. Si antes no había, ahora tenemos de más.
La razón es fácil de entender: todos aquellos que casi no trabajaron durante meses y meses –artistas, representantes, promotores, técnicos, proveedores y demás– quieren recuperar el tiempo y seguir comiendo, además de probablemente pagar deudas y recuperar prendas empeñadas.
Pero la oferta de shows en bares, auditorios, parques y estadios ha alcanzado tal nivel de saturación que, si aceptamos que los excesos perjudican, está dañando el mercado –o lo está moldeando a la conveniencia de las fuerzas dominantes.
Como en casi todos los negocios, en la industria de la música en vivo quienes poseen los mayores recursos, es decir los corporativos de los espectáculos, no solo sortearon de pie la crisis pandémica, sino también han capoteado la sobreoferta de shows en mejores condiciones que los promotores chicos y medianos.
Suele decirse que “hay público para todo”, pero en la realidad sucede que los aficionados no pueden comprar boletos para todos los artistas que quisieran ver, porque el dinero no alcanza. La verdad es que todos los fines de semana hay shows que quiebran.
La elección del público, o la selección, se inclinará por las grandes estrellas, los consagrados y los que vienen rompiéndola a nivel mundial, cuyas presentaciones en México casi siempre están a cargo de empresas dominantes como Ocesa, Zignia Live y Apodaca Group.
El daño que mencioné líneas arriba se podría resentir en los niveles inferiores del mercado, donde los artistas, los empresarios y todo lo que les rodea carecen de la prominencia y el margen de maniobra de sus gigantescas contrapartes.
En la inundación de conciertos y festivales que está atravesando México, o sus principales ciudades, el riesgo de ahogarse en números rojos ha aumentado para los menos fuertes.
Pero no se trata de lamentarse por los golpes económicos a una parte de la industria.
Después de todo, vivimos en una economía de mercado en la cual los participantes se acomodan como mejor pueden, o dejan de jugar. Las grandes empresas están en su derecho de ofrecer espectáculos de millones de dólares, no hay duda.
Sin embargo, cualquier melómano sabe que fuera del ámbito de las superestrellas, existen artistas de gran calidad que atraen públicos reducidos, y también hay propuestas surgiendo en pequeños foros locales que son dignas de mayor atención.
Si desaparecen los empresarios medianos y los promotores de nicho, o si su número se reduce y se debilita el entorno que cobija este tipo de artistas, ¿qué va a pasar con las escenas alternativas o independientes, cuya importancia por supuesto es innegable?
No hay por qué satanizar a las grandes empresas que traen a México a monstruos legendarios y estrellas de moda. Su función en el ecosistema de la música en vivo es muy valiosa al volver realidad los sueños húmedos de millones de personas que, de otra manera, se sentirían como los mexicanos de los años 70 y 80, cuando casi ningún grupo de rock internacional venía al país.
Pero es válido también reconocer que la inercia del mercado conlleva riesgos para la salud musical, sobre todo del México del futuro.
No creo que vayan a morir las escenas que suenan al margen de los grandes conciertos y festivales. Sin embargo, será lastimoso si vemos que su presencia disminuye, como especie en peligro de extinción.
Lo ideal sería que ocurra lo contrario: que a la par de la tendencia mainstream, las propuestas alternativas, subterráneas, diferentes y diferenciadoras se fortalezcan.
Que así lo permita el mercado.
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