La Santa Mafia

Los purpurados, unos facinerosos, adujeron un ataque al corazón como causa del deceso, sin embargo, “no se apreció lucha contra la muerte”, “no se practicó autopsia”, en tanto los informes relativos al hallazgo del cadáver, así como la posición en la que se encontraba, fueron contradictorios.

Francisco Martín Moreno Francisco Martín Moreno Publicado el
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Los purpurados, unos facinerosos, adujeron un ataque al corazón como causa del deceso, sin embargo, “no se apreció lucha contra la muerte”, “no se practicó autopsia”, en tanto los informes relativos al hallazgo del cadáver, así como la posición en la que se encontraba, fueron contradictorios.

Unas fuentes precisaban que en el momento de su muerte, Juan Pablo I sostenía unas cuantas hojas de papel, en las que habría escrito la reorganización y el cambio del poder dentro del Vaticano y dormía plácidamente con una sonrisa beatífica, como si en el momento de un infarto masivo la desesperación por asfixia no produjera un enorme desorden de sábanas en la cama. El expediente se cerró para siempre, de la misma manera en que se dio un sonoro carpetazo que impidió investigar la “Ruta de las Ratas”, la estrategia urdida por Pío XII para auxiliar a miles de nazis a huir a Argentina a cambio del dinero de los judíos antes de ser gaseados con la bendición del “Santo Padre Pacelli”.

Juan Pablo I pretendía reestructurar el Instituto para Obras de Religión (IOR) o Banco Vaticano, a cargo del obispo Paul C. Marcinkus, un férreo opositor de Juan Pablo I, cuya elección calificó como “Un descuido del Espíritu Santo…” Marcinkus, otro jerarca mafioso, odiaba al nuevo Papa porque este había descubierto un gigantesco fraude multimillonario en la venta del Banco Católico del Véneto, que el heredero de San Pedro no iba a pasar por alto.

¿Conclusión? Juan Pablo I fue asesinado por tratar de imponer orden en el Vaticano. Benedicto XVI renunció porque no pudo limpiar la Iglesia Católica, ni controlar a los degenerados sobrevivientes de Maciel ni arreglar las finanzas vaticanas. Benedicto XVI, de salud muy quebrantada, sabía que también le podían administrar un “tecito” al estilo de Juan Pablo I, para tranquilizarlo eternamente… Sabiéndose incapaz de someter a las mafias de San Pedro, prefirió renunciar para permitir que un tercero, apartado del crimen organizado que domina el Vaticano, lo sustituyera para llevar a cabo las tareas que él se había declarado incapaz de acometer.

¿Una cobardía? En lo personal creo que se trata de una jugada magistral de ajedrez clerical porque los ojos del mundo se encuentran ahora puestos en Francisco, quien está obligado coronar con éxito los propósitos fallidos de Ratzinger. No es, de ninguna manera, una casualidad el nombramiento de Ernst von Freyberg, como nuevo presidente del Banco Vaticano, a tan solo unos días de que Ratzinger entregara el poder ni se puede desvincular a este último del nombramiento de un Papa argentino que no aparecía entre los “papables”. La estrategia no pudo ser mejor armada.

Pero no solo eso: Francisco, un Papa latinoamericano, viene a ejecutar un “road show”, a recaudar fondos en la inteligencia de la Iglesia Católica americana es la que más aporta al sostenimiento del Vaticano, muy a pesar del saqueo en las remesas enviadas por los purpurados mexicanos, quienes arrojan el santo dinero al cielo para que el Señor tome lo que desee y lo que caiga al piso será de su propiedad, como muestra de la buena voluntad de Dios.

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