Hoy en México niñas, niños y adolescentes, toman palas y se las turnan para excavar fosas clandestinas con la esperanza de encontrar a los suyos.
Son muchas las historias de niñas, niños y adolescentes, que se han incorporado a colectivos de madres buscadoras, ya no son solo madres buscando a sus hijos, sino hijas e hijos buscando a sus padres, hermanos y abuelos.
Mariel, desde hace cuatro años buscaba a su hermano Joel Soto Cervantes, el pasado miércoles las pruebas de ADN confirmaron que el cuerpo encontrado en Ciudad Obregón, Sonora, era de su hermano.
“La niña rastreadora o la pequeña rastreadora”, como le llaman sus compañeras del colectivo Ratreadoras de Ciudad Obregón, se sumó al grupo a los 14 años, para ellas es como una hija.
“La espera y la incertidumbre han terminado, por fin regresará a casa, no como todos hubieran querido, pero ya tendrán un lugar para poder llorarle y él descansará. Mariel, te acompañamos en tu dolor y estamos contigo”, dijo Nora Lira, líder del colectivo.
En nuestro país no debería de haber niñas, niños y adolescentes excavando la tierra si no es para jugar, para plantar un árbol, para cualquier cosa menos para encontrar cuerpos de personas desaparecidas.
En redes sociales y en los medios de comunicación han circulado imágenes de niñas, niños y adolescentes, cavando la tierra junto a madres buscadoras, esta es otra de las caras que tiene la crisis de desaparecidos que hay en nuestro país.
No se trata solo de la niñez y adolescencia desaparecida, sino de las niñas, niños y adolescentes “rastreadores”.
En México se desconoce cuántas niñas, niños y adolescentes forman parte de los colectivos de búsqueda, ni tampoco cuántos de ellos y ellas han localizado a un familiar suyo. Muchos se han quedado huérfanos de padre o madre.
Son historias que duelen y lastiman, que no tendrían por qué existir, pero desafortunadamente la indolencia y la impunidad los tiene buscando a sus familiares.
La violencia y el odio cada día alcanza más a nuestra infancia y adolescencia, cada día los vulneran más, es nuestra obligación como Estado, como sociedad ver por ellas y ellos, y por sus derechos, olvidarnos es violentarlos aún más.
Lamento mucho que esta sea la realidad de la valiente Mariel y de muchas más infancias.
Basta de violencia y de impunidad, por las niñas, niños y adolescentes, es urgente construir paz. Ellas y ellos tienen derecho a un presente y futuro mejor.