La Cyberidentidad
El hombre es mil en uno. Puede cambiar de identidad como de ropa. Depende de la situación, entorno o día en el que se encuentre, será una u otra persona. Como humanos estamos encadenados a cambiar de forma, según nuestra conveniencia o nuestro entorno. Antes era difícil categorizarlo. Ahora existe la falacia de no serlo, […]
Santiago GuerraEl hombre es mil en uno. Puede cambiar de identidad como de ropa. Depende de la situación, entorno o día en el que se encuentre, será una u otra persona. Como humanos estamos encadenados a cambiar de forma, según nuestra conveniencia o nuestro entorno.
Antes era difícil categorizarlo. Ahora existe la falacia de no serlo, gracias al Internet. Sus recursos otorgan la facultad de crear millones y millones de versiones de uno mismo.
Todo empieza con el nombre de usuario y la contraseña.
A partir de ahí, se deja en evidencia parte de nuestra persona en el ciberespacio. O de quien quisiéramos ser. Depende de nuestros deseos.
Es como un juego de rol donde cualquiera puede jugar, a pesar de no estar haciéndolo siempre a conciencia. Pues hay dos vertientes comunes dentro de ello: la interpretación de personajes o entidades ficticias y la que me gustaría llamar “personificación de la identidad”
La primera habla sobre un papel consciente del usuario. Cuando, de forma inmediata, el internauta se convierte en su personaje favorito o asume el liderazgo de una cuenta sobre su serie predilecta. Por ejemplo, un sitio de fanáticos en Facebook de Terminator, en donde se discuten ene cantidad de teorías sobre la saga, entre otros asuntos, o el rol de hacer una cuenta falsa en Twitter imitando a Willem Dafoe, con sus expresiones, chistes o sus supuestos pensamientos. Ahí hay un abanico de opciones con los cuales se puede jugar e interactuar
Sin embargo, la segunda vertiente es mucho más compleja, porque se supone que es una representación de la persona, reflejada en el espejo negro. La persona que decidimos ser en la vida es quien se muestra en las pantallas de los teléfonos y computadoras. Pero, ¿qué versión? ¿La más confiada, aunque prepotente? ¿La más romántica, aunque melancólica?¿O quizá la más intelectual, aunque cayendo en lo condescendiente?
Al final, optamos por mostrar la mejor versión de nuestra persona, aunque sea algo bastante fuera de la realidad. Hay quienes comparten toda su vida en redes, cuando en el otro espectro de la sociedad son seres aislados o más callados. O quienes deciden compartir sus trabajos para la expectativa de likes o reacciones, mientras en el otro lado no hay esfuerzo para denotar empatía. O también existen villanos en el ciberespacio, capaces de soltar miles de escupitajos a sus adversarios, pero son incapaces de decir las verdades en la cara, por miedo a enfrentar las miradas o la negación.
De tal modo funciona el mundo digital: uno donde la humanidad es partícipe. Por lo general, existe un código mudo, pero el cual es respetado prácticamente por los usuarios de las redes sociales. Reglas escritas con tinta invisible, que de algún modo son comprendidas por todo aquel internauta en espera de navegar las múltiples publicaciones de su feed: Lo que pasa en las redes se queda en las redes.
En casos excepcionales, más trascendentales, los mundos colapsan y se enredan. Mas normalmente ambas realidades se mantienen separadas, cada una con sus diferentes relaciones en juego. La pregunta crucial aquí es: ¿cuál de las dos personalidades es la más cercana a la “verdadera identidad” de uno mismo?
Ninguna versión es completamente cierta. Porque, cuando en el aspecto personal se presenta una versión en un grupo o círculo social, según convenga, el espectro digital obliga a realizar una personalidad colectiva, un resumen de todas las diferentes caras de la personalidad. Eso a veces inclina a decidir al usuario qué papel elige interpretar, para gusto o disgusto de la mayoría.
En última instancia, para eso se construye una identidad: para satisfacer los bienes de un grupo y sentirse cómodo con esa decisión.
Hay mil posibilidades de la persona para ser o dejar de ser. Sin embargo, las redes sociales obligan a aferrarse a una, aunque sea por un tiempo.