¡La cuenta por favor!

No puedo dejar de platicarles una anécdota que sucedió en mi reciente visita al DF, donde el pedir la cuenta fue un acto de súplica.

Todo sucedió en un conocido restaurante de Polanco, llegamos puntuales a nuestra reservación, éramos cuatro personas y nos llevaron a la mesa, ubicada junto a una gran ventana rectangular que da vista a la cocina, lo cual me gustó.

Karina Barbieri Karina Barbieri Publicado el
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No puedo dejar de platicarles una anécdota que sucedió en mi reciente visita al DF, donde el pedir la cuenta fue un acto de súplica.

Todo sucedió en un conocido restaurante de Polanco, llegamos puntuales a nuestra reservación, éramos cuatro personas y nos llevaron a la mesa, ubicada junto a una gran ventana rectangular que da vista a la cocina, lo cual me gustó.

Ya sentadas platicando, la mesa se comenzó a mover como si nos encontráramos en una sesión de espiritismo, o en una escena de la película “The others”. Pero no, era el mesero que estaba zambullido bajo la mesa nivelándola. ¡Felizmente traía pantalones!

Parado a unos metros, veo a un muchacho bien parecido, vestido con filipina divisando el comedor y les digo a mis compañeras, ese ha de ser el chef.

Segundos después lo tenía parado a mi derecha, preguntándonos si ya nos habían atendido.  

Aproveché para preguntarle si él era el chef y contestó que sí. No dijo más, nosotras tampoco y se retiró.

Curiosamente nunca lo vi dentro de la cocina, quizá en este lugar exista el puesto de “chef de comedor…”.

Le hago este comentario a mi compañera sentada a mi izquierda, justo en ese momento un mesero nos estaba sirviendo la bebida en la mesa y se invitó a la conversación y dijo:  ¡No, no, no…! ¡Claro que está el chef en la cocina!

Acto siguiente, el mesero, detrás del vidrio que dividía la cocina del comedor, saludándome desde la cocina con una mano, y con la otra señalándome al chef, al verdadero chef, el que sí se encontraba en la cocina sacando cada platillo, mejor conocido como sub-chef.

Ya se imaginan la pena, ahora era yo la que se quería zambullir debajo de la mesa.

Este es de esos restaurantes donde todos hacen todo, errando el concepto de trabajo en equipo.

Nos demostraron una desorganización total y una falta de comunicación entre los meseros, ayudantes de meseros y capitanes.

Con el simple hecho de que se acercaron a la mesa, sin exagerar, alrededor de 15 veces para preguntarnos si todo se encontraba bien, y si ya habíamos ordenado.

Esta pregunta se la hubieran ahorrado y sobre todo el interrumpirnos constantemente, si entre ellos se hubiesen comunicado, entre las seis diferentes personas que se acercaron a nuestra mesa.  

Luego se acercó la hostess a preguntarme a nombre de quién estaba mi reservación, estamos hablando que ya nos encontrábamos a media cena.  

Ahí caí en cuenta, de que probablemente me habían “googleado”. He ahí el por qué del nerviosismo y la atención exagerada en nuestra mesa.  

Esta practica de “googlear” la lista de reservación de los restaurantes es cada vez mas común, y se hace con la mejor de las intenciones pero, en mi opinión, tenemos que tratar a todos los clientes de la misma forma, claro que si podemos saber un poco de sus gustos, mejor. 

Pero eso es difícil que los encontremos en Internet. 

Más bien se hace para saber “quién es quien” de los que están sentados en el comedor.

Para lo que tampoco estoy de acuerdo. ¿Qué no todos pagan lo mismo?

Hay personas que no les agrada ser buscadas en Google, pero esto es algo inevitable y cada vez mas frecuente.

Desgraciadamente la cena dejó mucho que desear.  Como dato curioso estoy segura que en este restaurante están satisfechos con el servicio que nos dieron.  

Como cliente y como trabajo en este medio restaurantero no me siento a gusto, ni pienso que sea mi lugar, el decirles en todos los puntos en que fallaron durante mi estancia, y sobre todo si la comida tampoco me gustó. 

Sencillamente no pienso regresar a ese lugar.

Terminamos la cena, apenas vi prudente entre mis acompañantes pedir la cuenta, pagué en efectivo y dejé mas propina de lo que uno debe dejar, no por generosa sino, porque no quería esperar a que me dieran el cambio. 

¡Quería salir del restaurante cuanto antes!

En lo que cerrábamos nuestra conversación para retirarnos, se nos acercaron tres veces para decirme que ya venía el cambio, las tres veces les respondí que así estaba bien.

Una vez afuera, caminando por la banqueta, las cuatro estábamos en silencio, hasta que una de mis compañeras lo rompió y dijo: ¡Qué alivio! 

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