La cubeta de cangrejos

Más tarde, una vez que había terminado el bachillerato, una de mis vecinas me invitó para irnos de mojadas a Estados Unidos: “para qué quedarse en un lugar donde no vamos a salir de jodidas”. 

Recuerdo muchos de los detalles sobre cuánto costaba el pollero, las horas de camino, el punto de encuentro del otro lado, con quién llegaríamos. Ella lo hizo. 

Ahora es ciudadana estadunidense y está por concluir su carrera de Derecho.

Al paso de los años pude irme a vivir a otros países por temporadas. 

Indira Kempis Indira Kempis Publicado el
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Más tarde, una vez que había terminado el bachillerato, una de mis vecinas me invitó para irnos de mojadas a Estados Unidos: “para qué quedarse en un lugar donde no vamos a salir de jodidas”. 

Recuerdo muchos de los detalles sobre cuánto costaba el pollero, las horas de camino, el punto de encuentro del otro lado, con quién llegaríamos. Ella lo hizo. 

Ahora es ciudadana estadunidense y está por concluir su carrera de Derecho.

Al paso de los años pude irme a vivir a otros países por temporadas. 

Entendí entonces las preocupaciones de mi madre y la desesperación de muchos jóvenes ante la falta de oportunidades en México. 

Porque no es sólo no tener un trabajo, sino además encontrar en esas actividades que realmente haces lo que soñaste, que se vacían tus pasiones, que eres útil. 

Esto viene al caso porque a veces me pregunto dónde está toda esa gente talentosa para colaborar en la reinvención de Monterrey y del país. 

No obstante, por experiencia propia, prefiero guardar silencio de mis reclamos. 

Porque entiendo que pocos en su sano juicio querrían meterse en este mundo de lo público, o del interés común:

El de las organizaciones civiles, de la función pública o de la política. 

En el primero, “te mueres de hambre y nadie te hace caso”. 

En el segundo, “la burocracia y la grilla no te dejan hacer nada”. 

En el tercero, “hay que cuidarse la espalda, pasar sin mancharse o hacerse de la vista gorda”. 

Lo público apesta. Sí. En parte, tienen razón. 

Cansa conforme pasa el tiempo, contagia en desánimo, es tarea de infinita paciencia.

Los talentosos y los genios se van, no por falta de amor al país, sino porque en la práctica es casi imposible seguir una carrera productiva profesional o colectiva en la que ganemos. 

Se necesita ser ciego para no ver que si algo está fallando en México es su cubeta de cangrejos. 

Que nadie tome la iniciativa porque todos, de manera sistemática, vamos en su contra y hacia atrás. 

Con sus evidentes excepciones, pero éste es el  duro espejo de la realidad. 

Porque mientras tenemos a diputados durmiéndose en la Cámara, hay científicos que tienen que usar botellas de plástico a falta de matraces. 

Porque existen “expertos” en seguridad cobrando millones de pesos para implementar estrategias que se sabe el chofer del autobús en que el viajo a diario. 

Porque en un evento de ocasión de las organizaciones civiles el costo de los refrescos es lo mismo que gana al mes una maestra en algún poblado de la sierra, ¿podremos seguir así?… Lo dudo. 

No es sólo una cuestión de dinero, sino de autoestima colectiva, el entender que no valoramos el talento que tenemos aquí, que no hay trabajo para ellos, que no hay incentivos, que parece que no tiene sentido juntar el talento de varios si al final te van a robar las ideas, van a sacar ventaja, te pondrán el pie. 

Si no ayudas, no asfixies, dan ganas de andar por la calle con ese letrero.  

A veces me pregunto qué me detiene en la cubeta, si probablemente también he caído en el mismo juego porque, para variar, es contagioso. 

Entonces, se ufanará alguien de los que presumen el  pseudoamor (apego) ortodoxo a la patria: “si no te gusta estar aquí, vete”, como alguna vez me escribiera un empresario por correo electrónico. 

Pero, después de muchos años… No lo he hecho, como muchos otros, tampoco. 
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