“¡Qué lejos hemos llegado!”, susurré con lágrimas en los ojos la primera vez que visité Nueva York. Había visto tantas película y series, y leído tantas novelas que ocurrían en esa ciudad, que era uno de mis sueños visitarla.
Las lágrimas eran de emoción y agradecimiento a todos mis ancestros por todo el trabajo y sacrificio que habían hecho durante siglos para que yo pudiera llegar a ese día.
Vengo de una familia de origen campesino en Michoacán. Mis papás, que migraron a la ciudad en busca de un futuro mejor, trabajaron durísimo para darnos educación universitaria a sus cuatro hijos. Sin ellos no estaría escribiendo esta columna.
Ellos me educaron como gente de trabajo, sencilla y humilde, lo que trato de no olvidar nunca, pese a que a lo largo de mi carrera parecían ser obstáculos. Muchos me decían que debía “presumir” más mis logros, “cacarear” más mi trabajo y mis contribuciones a la compañía en turno.
Estas enseñanzas hoy parecen absurdas o “pasadas de moda”, mucho más si estás en el mundo de los emprendedores, donde muchos piensan emprender un negocio porque está de moda, porque está cool, y no para resolver un problema o satisfacer una necesidad en la sociedad.
Lo de hoy, pese a la pandemia y a los casi dos millones de muertos en todo el mundo, es la selfititis, que el psicólogo Julio Rodríguez define como “la obsesión por salir perfectos en las fotos de las redes sociales que lleva a los jóvenes a operarse la dentadura, la cara o los pechos con el único objetivo de conseguir más likes y más seguidores”.
La era del “yo” en su máximo apogeo.
Pero hoy, pese a que las redes sociales aún estallan con selfies perfectas de personas perfectas con vidas perfectas, tengo la esperanza de que sean los primeros signos del final de la llamada “epidemia de narcisismo”.
Más de nueve meses de pandemia no sólo nos han quitado personas queridas, trabajos o empresas. También nos han quitado el contacto con los demás, en donde podíamos alimentar nuestro ego con el reconocimiento de los otros.
Hoy ya no hay nada que presumir porque nos quitaron al público en vivo. Ya no importa llevar el vestido más sexy, el traje más caro o la novia más guapa. No hay en quién generar aplauso o envidia.
No creo que los “likes” alcancen para alimentar esos egos insaciables por mucho tiempo. Las redes sociales son en este momento el último consuelo y reducto que queda a quienes veían que la felicidad era alimentar su ego.
Entre más dure el encierro obligado y este bicho no se vaya, es inevitable que sólo nos quede voltear a vernos y mirar hasta el fondo, aunque no nos guste lo que veamos.
Tal vez nos demos cuenta de que nuestra vida no era como creíamos. “El narcisismo no garantiza el éxito, garantiza la infelicidad”, dice Julio Rodríguez.
Y entonces tal vez, sólo tal vez, nos encontremos ante la realidad más cruda, pero más simple: que le dedicamos demasiado tiempo a cultivar el “yo” cuando debimos dar todo por amar y ayudar al “tú”, por agradecer y honrar al “nosotros”.
Genaro Mejía es periodista digital y de negocios con más de 20 años de experiencia y LinkedIn Top Voices 2019