La carpeta de Meade

A un rey viejo preguntó un aspirante a la corona, si era conveniente conservar a los generales del adversario derrotado. El rey con experiencia dijo: Si son leales no te servirán, porque honrarán a aquellos a quien se deben, si por otra parte no lo son, menos aún te servirán. Y así es, esos sujetos que se esconden tras el término “institucional”, no son sino tibias veletas que responden al más ligero vendaval. 

Son sujetos que hacen de la oportunidad su trayectoria y de la lisonja al poderoso, sea quien sea, su permanencia en la corte real.

Esta transición ha sido rica en miseria humana. Con protocolo y sonrisas han venido los miembros de la ineptocracia haciendo difícil el trayecto hacia la nueva administración. El borrado de acervos -aunque soterrado y protegido por las prebendas del poder público- hace recordar las quemas de la inquisición virreinal.

No es para menos, las oficinas públicas albergaban toda clase de abusos y excesos de los improvisados administradores públicos, esos que Calderón sacó del anonimato con apoyo en el compadrazgo, el nepotismo y el pago de favores electorales. 

Pero la supresión y desarticulación de bases de datos en ciertos casos alcanza calificativos propios del Código Penal Federal. El silencio, negligencia y tortuguismo que practica García Luna pone en riesgo a México y a los mexicanos. Seguro pensará que lo que ya no existe, no prueba nada, pero se llevará más de una sorpresa cuando se inicie la indagatoria sobre su oscuro proceder.

Sorprende la dinámica Canciller, “operando” el silencio de embajadores, cuando no ha hecho absolutamente nada para promover la extradición de los funcionarios de los Estados Unidos de América, responsables de muchas muertes de connacionales. Sí, sus omisiones en el caso “Rápido y Furioso” son de tal gravedad que lejos de un juicio político, debieran sustentar una inhabilitación para ejercer servicio diplomático a nombre de nuestro país. 

A modo de burla, las autoridades del vecino país han señalado que la criminal actividad -de la que tanto vocifera Calderón- no justifica cargos penales y mucho menos penas privativas de libertad, simples llamadas de atención, ceses y hasta permisivas renuncias coronan el oprobioso episodio de una invasión armada, solapada desde altas esferas gubernamentales. 

No queremos discursitos -dizque elocuentes- ante una Cámara adormilada en Washington, es de exigirse al Ejecutivo que sea consecuente con su supuesta reprobación al tránsito ilegal de armas, haciendo de tal operativo un ejemplo. Ni él, ni su canciller han cumplido su deber, han demostrado una vergonzosa sumisión, que los ridiculiza aún más cuando se vanaglorian de las extradiciones de delincuentes aprendidos en otras administraciones.

Hoy, los titulares de dependencias y organismos demuestran una inaceptable indolencia y displicencia hacia su principal quehacer público, la correcta transición. 

Ya no es momento de hacer propuestas, ni de formular iniciativas, es tiempo de asegurar que el polvo debajo del tapete y los muertos dentro de los clósets no sean ocultos bajo un torbellino de papeles.  

Desinformado o mentiroso, Calderón afirma que no se usaron recursos públicos en la formación de imágenes públicas y campañas electorales, cuando es claro que existen múltiples inversiones ruinosas que llenaron bolsillos cercanos a los dictadores financieros, hoy, agazapados tras el fuero. 

Qué decir de sus gastos en publicidad, ¿sobreejercicio o peculado?

¿Podrá ser considerado desleal aquel que desacatando la secreta instrucción del Ejecutivo Federal, ha preparado carpetas informativas?, recuerda aquella lealtad de la que hablaba el rey viejo, o, ¿serán desleales con la República, quienes con su inconfesado rencor generado por la derrota, sonríen ocultando el cúmulo de abusos, errores y desvíos públicos?