En aquellos países en los que se ha alcanzado un régimen tributario equitativo y proporcional, suele aspirarse a la estabilidad, ello es, a que no exista un incesante cambio de reglas. La certidumbre genera confianza para desarrollar estrategias de medio y largo plazo, y permite proyectar una estructura de ingreso, costo y utilidades, que permiten tomar decisiones de inversión, nómina y expansión.
Pero cuando el modelo propuesto está lejos de ser un régimen deseable, el señalamiento de las autoridades de no hacer cambios en la legislación fiscal, lejos de alentar, inhibe inversiones y la generación de empleos.
Con sorpresa los empresarios han acudido a foros donde se les anuncia con gran regocijo que no habrá cambios fiscales en lo que resta del sexenio, dicho en tono de estabilidad y autocomplacencia, cuando en realidad en México, lo primero que hay que cambiar es la legislación fiscal.
Porque lo urgente ya está por encima de lo importante. En septiembre del año pasado, lo más urgente era establecer un andamiaje civilizado para evitar la rampante, creciente y demoledora corrupción que sufrimos los mexicanos, en cada instante de nuestra nacional vida.
Ahora, dada una de las más predatorias, extralógicas y confiscatorias reformas fiscales, sin duda alguna durante algunos meses la recaudación crecerá, pero a costa del crecimiento, de la inversión y del bienestar de la población.
Mayor recaudación no es sinónimo de eficiencia fiscal. Ello sólo es así, cuando las tasas, bases y condiciones de imposición, son acordes y proporcionales a la condición económica del contribuyente.
El modelo actual es sin duda uno de los diseños más anticuados e ineficaces del orbe. No sólo regresó a tasa por encima del 30 %, sino que desequilibro y desincentivo el esquema de deducibles, generando además una enorme discrecionalidad en la admisión a los regímenes de excepción, cambiando la consolidación por un mecanismo peor que seguramente llegó para quedarse.
El resultado fiscal de las empresas, cifra esotérica de caso a caso, muestra un ente recaudatorio voraz e insaciable, incapaz de emplear la política fiscal como promotora del desarrollo, pero sí capaz de anunciar en medios masivos como ha venido matando a la gallina de los huevos de oro.
No cabe duda que el peor destino que se puede dar a los recursos disponibles es la burocracia, la cual sólo tiene lógica y razón de ser, en su dimensión redistributiva, esto es, si hace posible -mediante programas de gasto público- el acceso a los menos favorecidos de satisfactores básicos con cargo a la riqueza producida como Nación.
El esfuerzo fiscal ha sido brutal y está atorándose en cubrir los gastos del gobierno. El mecanismo recaudador no transparenta su desbalance en cuanto al origen de los recursos fiscales, pero trata de presentar eficiencia terrorífica y no administrativa. Las aduanas siguen siendo la diferencia.
Habría que hacer la prueba y ver que piensa la ciudadanía de una buena noticia que anuncie un cambio fiscal a fondo.