¿La apreciación ha muerto?

Santiago Guerra Santiago Guerra Publicado el
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Vamos a un museo. Cotorreamos con los amigos mientras recorremos la sala de exposiciones hasta el punto principal de interés, donde nos tomaron la obligatoria foto, la irrefutable evidencia de la experiencia. Por supuesto, llegamos, pusimos la clásica cara de “hacemos como que no nos damos cuenta”, pero irónicamente uno de nuestros ojos tiene constantemente la mira en la pantalla, para asegurarse de que el ángulo, además de la iluminación, nos harán tener los likes apropiados en Instagram. La obra de arte a “retratar” apenas sale, de fondo, oculta tras la fila de poses cool que representamos en el encuadre.

Apurados nos vamos, de la experiencia que debe salir en el feed, como si eso fuera lo más importante.

¿Es en serio? ¿Ni siquiera nos pudimos molestar en apreciar una obra de arte? O, digo, ¿aunque sea voltearla a ver? ¿Darle la cara?

Ojalá esto sólo pasara en los museos. Los restaurantes, conciertos, películas, series y ene cantidad de productos culturales se volvieron míseras anécdotas para el ciberespacio. O a veces ni eso, solo un monosílabo insignificante en nuestras conversaciones cotidianas, porque nos aterra quedarnos fuera, no saber de qué se habla, o perdernos de entender el meme más reciente.

¿Tan bajo hemos caído? ¿Eso es lo único que nos importa ahora? ¿Decir que sí?

Los artistas, los verdaderos, se parten el cráneo haciendo obras para cautivar, hacernos pensar, dejar sus emociones expuestas, para ser contempladas, analizadas y discernidas hasta el subsistir de nuestras pupilas, oídos, mentes o imaginación, según sea la obra.

¿De verdad hemos olvidado lo que es sentir? ¿Lo que es “apreciar” el arte? ¿El compartir algo más y hacerlo nuestro?

Nuestro comportamiento actual, como sociedad, me hace pensar que sí. Envueltos en un mar repleto de contenido, nos sentimos afortunados, pero, de forma inefable, por desgana, pereza, o porque realmente no nos interesa el producto como tal, no somos conscientes de lo afortunados que somos de tener tanto con tan poco esfuerzo.

Al alcance de un par de movimientos tenemos el mundo frente a nosotros, el anterior, el actual, además de, en ocasiones, el posterior. Aún así, somos tan despistados como para ignorarlo.

Quién diría que haríamos tan mal uso de la tecnología. Dejando que se lleve nuestras horas en cosas inútiles.

Como diría el cantante Bob Dylan, los tiempos sin duda han cambiado.

El arte, por antomasia, es una liberación del hombre, su forma de expresión más pura y libre de cadenas. No por nada obras como Guernica, de Pablo Picasso; la 9na sinfonía, de Beethoven, o incluso la cinta de Spotlight tuvieron tanta relevancia cultural. Porque el arte se encarga de representar una época, dejar huella sobre el sentimiento de un momento, dar una voz al corazón de la sociedad. Es expresar lo que el pueblo tiene realmente que contar y dejar su clamor a las siguientes generaciones, para preservarlas en el tiempo.

Las obras fueron hechas para ser desmenuzadas, desvestidas, observadas con lupa, de pies a cabeza. Ahora, sólo damos la vuelta, nos enfocamos en cosas tan banales como con qué filtro se verá mejor nuestro rostro. Es denigrante para los autores, quienes dedican su vida al público, se entregan a él de una forma completamente solidaria.

Las cosas han pasado de ser contempladas a ser simple decoración virtual, hecha para ser vista en un par de milésimas de segundo.

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