Empezaré por el principio, para qué ser tímidos: soy su fan. La comencé a seguir como si fuera un groupie y la empecé a escuchar con su disco “Aquí” como si me cantara solo para mí, y así la estoy volviendo a escuchar con su producción más reciente, “Algo sucede”.
Conocí a Julieta Venegas en el verano de 1998 como una de las nuevas figuras del rock en español; sus letras me cautivaron porque me brindaban respuestas, esas que se buscan en la poesía, y podía cantar sus canciones como propias y a todo pulmón, algo que todavía hice con su segundo disco, “Bueninvento”, pero ya no con las consecuentes producciones, que le valieron un tremendo y merecido éxito de ventas y público. “Sí” y “Limón y sal” se convirtieron para mí en discos con temas que sentí muy alejados de mis emociones y más cercanos a las de mis hijas adolescentes.
En el otoño de aquel 1998, volví a encontrarme con Julieta Venegas en el Metro de Madrid, junto con su banda. Me invitó al Hard Rock para una sesión de la gira “Calaveras y diablitos” junto a Fabulosos Cadillacs, Aterciopelados, y Maldita Vecindad y los Hijos del Quinto Patio. Después de la velada, recuerdo una de las marchas más memorables por los bares de tapas de la capital de España, acompañados con Rocco y Pacho, cantante y batería, respectivamente, de la Maldita, y su mánager.
Años más tarde, en el 2001, encontré a Julieta Venegas de nueva cuenta por las calles de Madrid, en el barrio de Malasaña. Y me invitó a la gloriosa sala madrileña Galileo para presenciar uno de los recitales más preciados en mi memoria, y que luego quedó consignado en un disco de la Fundación Contamíname, de Pedro Guerra, en el que Julieta compartía escena con el cantautor español y las estrellas de la música contemporánea en lengua portuguesa Lenine y Chico César. Un lujo.
Pero “Aquí” llegó a nuestras manos para confirmar que en la industria de la música hay posibilidades de honestidad y autenticidad. Además, Julieta Venegas ofrecía –ofrece– la percepción de una creadora artística genuina, lejana a los clichés de una roquera; sensible, culta, con sentido del humor y una intuición fresca y sin pretensiones de la melodía, y distinguida por la ejecución virtuosa del acordeón.
“Aquí” llegaba además con el precedente de que Julieta pertenece a una familia de Tijuana sensible a los asuntos del arte, de la fotografía; de experiencia con otras bandas y otros ejercicios artísticos como la composición musical para teatro, como la que elaboró para aquel montaje que el extraordinario Ángel Norzagaray presentó en alguna de las muestras nacionales de teatro en Monterrey, durante los primeros años de la década de los noventa.
Yo siempre he dicho que hay que ver a Julieta Venegas sonreír para eliminar esa imagen melancólica que proporciona su profunda mirada. Y que hay que conocerla para desaparecer ese halo de timidez que envuelve su menuda figura.
A mí me da muchísimo gusto su éxito, y todos los premios y reconocimientos que ha recibido. Su participación en la banda sonora de películas exitosas como “Amores perros”. Ya le pedí a mi amigo Fabrizio Mejía Madrid, el gran cronista de nuestra generación, que escriba su semblanza para un libro. Por lo pronto, celebro que “Algo sucede” es un disco que escucho con una emoción similar con la que descubrí “Aquí”, y con el que vuelvo a cantar a todo pulmón sus canciones que parafraseo: “Las canciones de Julieta / sonando en la radio / me hacían flotar sobre Monterrey / sobre el universo”.