Un homenaje al senador Juan Pablo Adame

Juan Pablo Adame Alemán, un joven de 38 años, fue ejemplar en todos los sentidos. Su congruencia entre sus principios y el quehacer político era su eje
Josefina Vázquez Mota Josefina Vázquez Mota Publicado el
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“Mi cuerpo llegó fuerte para aguantar toda la batalla. Solo para dimensionar lo retador que fue a nivel físico, entré al quirófano pesando 68 kg y terminé las quimioterapias con 48; fueron 20 kg perdidos en seis meses. Mi cuerpo utilizó hasta las reservas de las reservas para sobrevivir, se acabaron los músculos y la grasa y quedé en los huesos”. Esto fue lo que escribió Juan Pablo un año después de su primera cirugía.

Juan Pablo Adame Alemán, un joven de 38 años, fue ejemplar en todos los sentidos. Su congruencia entre sus principios y el quehacer político era su eje, para él la política era una vocación y un instrumento para hacer el bien.

El legado que dejó “Adame”, como muchos le decíamos, va más allá de su edad, porque su madurez humana y política, le permitió construir y hacer alianzas sin importar el color partidista.

Juan Pablo siempre traía consigo una sonrisa. Su amabilidad y generosidad le abrían no una, sino muchas puertas. Su optimismo lo llevó a alcanzar todos sus sueños, entre esos, el de ser senador y conseguir que una de sus propuestas fuera aprobada por unanimidad.

“Nada nos destine” era su lema favorito, tan especial lo era que lo hizo suyo hasta el último momento de su vida. Juan Pablo contagiaba esperanza, fe, paz, amor, amistad, alegría y tranquilidad. Para él todo era posible.

A Juan Pablo le gustaba decir que llevaba ese nombre por el Papa Juan Pablo II, quien alguna vez dijo: “No hay verdadera paz si no viene acompañada de equidad, verdad, justicia y solidaridad”, y eso es justo lo que mi querido amigo practicaba día con día.

En uno de sus tantos artículos que escribió y que hizo público, Adame señaló que si resistió todo este tiempo fue gracias al respaldo de su familia, amigos y de la sociedad, algunos de ellos desconocidos. Quienes sin conocerlo elevaban una plegaria al cielo por él, oraban o le enviaban buenos deseos. “Estoy seguro de que enfrentar esto yo solo hubiera sido imposible”, decía nuestro querido Juan Pablo.

Él fue ese amigo, hermano, padre, panista, joven, que siempre estaba ahí para el otro, sin importar de quién se tratará. Pero no solo eso, él es un gran ejemplo de lo que significa el amor a la familia, a su pareja incondicional Eli, a sus hijos María, Rodrigo e Inés, pero también por sus padres Marco y Mayela, así como por sus amigos.

Si alguien sabía escucharte y ayudarte a encontrar una solución era Adame. Gracias a ese ímpetu, a la fe tan grande que profesaba y a la convicción de que todo siempre es para bien.

Su muerte ha causado dolor en nuestros corazones, pero como dijo el Papa Juan Pablo II, “la muerte es el encuentro con el Padre”, y eso lo creía fielmente nuestro Adame, y hoy como nunca estoy segura que ya está con él gozando de la gloria.

Quienes gozamos de su amistad, lo llevaremos siempre en nuestro corazón, por esa mano amiga que nunca te dio la espalda, por el contrario, todo el tiempo estaba para uno.

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