Hace unas semanas me impactó la historia sobre el feminicidio de Lucero Hidalgo, una joven estudiante de Física de la Universidad Autónoma del Estado de México (UAEM) decapitada por un sujeto identificado como Lev Norman, a quien conoció a través del videojuego en línea Free Fire.
Lucero fue atacada por Lev Norman en su casa, luego de que lo invitara a jugar un videojuego a través del cual se conocieron. De acuerdo con las investigaciones, el agresor tenía como objetivo cumplir el reto de una plataforma digital que consiste en degollar a una víctima.
Tras cometer el feminicidio, Lev metió la cabeza de Lucero en una mochila y se la llevó presuntamente para exhibirla como trofeo de que cumplió con el reto y ser el ganador.
Sin embargo, cuando estaba por abandonar la vivienda se topó con el hermano de ella, a quien atacó a puñaladas para salir corriendo del lugar. Afortunadamente las heridas del hermano no fueron tan graves y pudo avisar a la Policía.
Minutos más tarde, Lev Norman fue detenido a nueve kilómetros de la casa de Lucero; vestía ropa de mujer, estaba descalzo y escurría sangre de la maleta.
Quizá, querido lector, usted como yo desconozcamos este tipo de videojuegos en línea que son violentos, como lo es Free Fire, creado en 2017, disponible para celulares y utilizado no solo por adultos sino también por niñas, niños y adolescentes.
Se trata de un juego tipo “campo de batalla virtual” en el que usuarios, al menos 50, se enfrentan con armas y quien sobrevive gana.
Este juego se encuentra vinculado con las redes sociales, por lo que facilita el contacto entre usuarios fuera de la plataforma.
La era virtual, si bien nos ayuda a acercarnos a los demás, como sucedió en la pandemia, también pone en riesgo nuestras vidas, pues a través de las redes sociales es que se comenten diversos delitos como el ciberbullying, pornografía infantil y robo de infantes, por mencionar algunos.
El ciberacoso está a la orden del día y es practicado por adultos, pero también por menores de edad, aquellos que a través de las redes sociales exhiben a compañeros de clase, y los adultos que se hacen pasar por adolescentes para adquirir material íntimo que después venden en páginas de pedofilia y pornografía infantil.
Es indispensable que como padres de familia nos acerquemos al mundo virtual, al digital, para saber qué hacen nuestras hijas e hijos, pues no estamos exentos de que puedan ser víctimas o victimarios del ciberacoso.
En México debemos trabajar como sociedad y gobierno para que nunca más haya una historia como la de Lucero, ninguna mujer, niña o adolescente debe morir por ser el trofeo de un videojuego.