Los likes, los comentarios, los famosos follows. Gracias a las redes sociales, la popularidad ahora tiene estadísticas de comparación. El prom king o la prom queen puede comprobar si sí se merecía la corona o no.
Sin embargo, a los plebeyos nos pesan las métricas. ¿Por qué buscamos tener más seguidores espiando nuestra vida privada? ¿Qué significa subir una foto con más likes? ¿Realmente queremos más notificaciones de emojis en nuestro feed?
¿Por qué de repente estamos buscando llenar la presión social o inseguridad con corazones virtuales?
Porque, inconscientemente o no, estamos tratando de vender la “mejor versión de nosotros mismos” ante el mundo. Pero eso también puede tener consecuencias negativas.
Las redes sociales pueden ser un detonante grave para la salud mental. De hecho, varios famosos, como Selena Gomez, se han visto afectados por la presión de los comentarios, de los likes, entre otros aspectos, y deben darse un respiro del teléfono. Ahora es de usanza común el término detox al referirse a nuestro celular, como si se tratara de alcoholismo o drogadicción.
¿Por qué mucha gente siente la necesidad de compartir su vida vía internet, a tal grado de compararla con una droga? Tal como una cerveza, un cigarro, un café o incluso una tableta de chocolate, por el placer momentáneo que causa. Quizá nos haga daño, pero por tener esa pequeña gratificación, vale la pena.
Les pongo un ejemplo. Estás en un restaurante. La sobremesa. Ya pagaron la cuenta, mas no se han ido. Cada quien se pone a ver su celular. Como por sincronía, para no sentirte aislado, haces lo mismo. Entras a Instagram.
Observas las stories. Gracias a los círculos sobre las fotografías de nuestra línea de tiempo, no sólo podemos comparar quién es más querido, sino, al parecer, ¿quién tiene una mejor vida? Que si cenas románticas, comidas con amigos, aventuras o incluso un “ideal plan chill” se presentan frente a tus ojos. Montado, porque eso es: fachada. Toda la complejidad del momento no se ve, solo el instante perfecto.
Podrías hacer lo mismo, porque, si no lo presumes, es porque no valió tanto la pena. ¿O me equivoco?
Al menos así parece. Ese teatro es manifestado por millones de internautas a toda hora, en todo momento. Podrían realmente estar pasándola bien, aunque también es posible lo contrario.
Es un montaje, un espectáculo, encargado de darle sabor a situaciones cotidianas. Con un poco de brillantina, cualquier evento podría parecer increíble.
Eso solo mencionando las stories, pero si volteamos a otros lados, incluso dentro de la misma aplicación, es posible encontrar otro tipo de exhibiciones. Cada perfil es un museo curado por uno mismo, como si se tratase de un homenaje a las hazañas de la vida, envueltas en azúcar. Una autobiografía donde solo se platica de lo bueno, y lo malo se adereza con una frase conmovedora o un aire de esperanza.
Estamos demasiado inmersos en La Fábrica de Chocolate. Quien ha visto esa cinta o leído esta narrativa de Roald Dahl lo sabe: eso no es para nada algo bueno. Porque todo es de colores brillantes, pasteles, encantadores. Pero en el caso de esa historia, quien sucumbe ante los placeres de la fábrica, de ese espejismo, tiene castigos siniestros.
En la vida real estos no son tan evidentes, aunque sí puede llegar a afectar nuestra perspectiva. Así como muchos se creen la vida perfecta reflejada en nuestro perfil, nosotros nos dejamos llevar por la ilusión de otros: amigos, familiares, conocidos, sobre todo famosos, cuyas fotografías, en muchas ocasiones, están perfectamente curadas por un séquito de publicistas, asesores de imagen y pasan ene cantidad de filtros para complacer a su audiencia objetivo.
Quizá la fábrica de los perfiles de la mayoría no está tan producida como la de los famosos. Aún así, siempre debemos tener presente que, al final del día, las redes sociales es mercadotecnia para vender a nuestra audiencia la idea de la vida perfecta. Representar la mejor versión de nosotros mismos.