Inspiración norteña

Hoy mejor recuerdo iluminaciones como mecanismo que compense la rudeza de estas últimas semanas
Antonio Hernández Ramírez Antonio Hernández Ramírez Publicado el
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La primera es de mi padre, cuando en la niñez me llevó al Cañón de San Roque, en el río del mismo nombre. En el discernimiento de la edad, vi fascinado la yerba mojada de rocío y la inmensidad de esa primordial montaña, de la que puedo decir conozco muchos de sus caminos, rincones, bosques, manantiales y otros secretos de condición metafísica. Fue la primera enseñanza para ya no dejar de mirar y querer espacios de naturaleza.

Otra se relaciona con los usos de la radio. Adolescente llegó a mis oídos el rock en español en los programas del mediodía. Por los horarios de la educación secundaria solo escuchaba el final de las emisiones, y al sintonizar la desaparecida Stereo Siete buscando aquellos sonidos, diario estaba una mujer discurriendo sobre asuntos que hoy están vigentes en nuestra ciudad. Ángeles Zapata, ya desaparecida de este mundo material, fue la primera persona que escuché hablar sobre Valle de Reyes, y entre su tono amable de voz y la claridad del análisis sobre los asuntos que después serían los de mi profesión e interés personal, no la dejaba de escuchar, porque sentía que en mi corazón adolescente se formaba un gusto por oírle, como si su fractal de alma le dijera al mío: esto es importante. Su conciencia y deseo de una mejor ciudad quedó plasmado en ese libro enciclopédico llamado Mujeres del Siglo XX, cuando dijo que es humano vivir en lugares dignos y sanos y que si se trabaja por el medio ambiente se trabaja por los derechos humanos.

Salvador Contreras, científico acuícola de la erudición en México compartía en mi clase la historia de las doctrinas biológicas, en lo que fue de sus últimas intervenciones como profesor en la UANL. Su cátedra fue de los mejores estímulos para confirmar que había sido una elección adecuada el estudio de la biología. Mi conciencia política de esos años no me daba para entender los alcances de su personalidad, sobre todo en el universo de profesores absortos en una enseñanza divorciada de la realidad social de Monterrey y alineados con el poder político y económico local. Muchos contextos cambiaron las miradas hacia lo público y entender que las posiciones críticas nunca vendrían de mi escuela, con la excepción del científico de peces. En la movilización social por la Sierra de la Silla, para evitar la construcción de un túnel en Santa Ana, Salvador Contreras fue generoso en compartir sus conocimientos sobre ese territorio, su familiaridad con la política ambiental local y las sugerencias de rumbos para detener lo que parecía un hecho finalizado. Contrario a la historia universitaria conservadora, el educador fue a contracorriente del estado de cosas en la UANL, aun y con la enemistad que eso le provocaría al final de sus años, con una escuela de biología dando sustento a proyectos viales e inmobiliarios en esa montaña del afecto en todo Monterrey.

María de Jesús Marqueda es el nombre de una mujer que siempre debería nombrarse en Monterrey. Su lucha histórica contra la contaminación industrial seguro influyó en la mortal enfermedad que acabó con sus días terrenales. La señora fue una ciudadana que amó a su comunidad y luchó hasta el final de su tiempo contra los ácidos de CYDSA y rechazando muchos otros males socioambientales, sin dejar de padecer cánceres mortales que agobiaban su cuerpo hasta la muerte. Si con alguien compartí ideales, inspiración y trabajo fue con ella.

Hoy mejor recuerdo iluminaciones como mecanismo que compense la rudeza de estas últimas semanas. Es agobiante ver la desolación de los desmontes en el Río Santa Catarina e incomprensible la irracionalidad de su condición y vigencia. Mejor tener en el ánimo otras inspiraciones norteñas.

 

Twitter: @tonyo_hernandez

 

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