INE and out
Imagínese usted a un árbitro de fútbol antes de su primer partido profesional, se acerca y les dice a los capitanes de ambos equipos que espera un partido limpio y apegado a las reglas. Los dos jugadores dicen que sí, claro. Y luego, primer acto; una patada que resultaría en una falta. El silbante duda porque no quiere precipitarse y la deja pasar. La segunda ocasión es otra falta, el árbitro la vuelve a dejar pasar. El público demanda con gritos y chiflidos que la marque, no lo hace.
Rodrigo VillegasImagínese usted a un árbitro de fútbol antes de su primer partido profesional, se acerca y les dice a los capitanes de ambos equipos que espera un partido limpio y apegado a las reglas. Los dos jugadores dicen que sí, claro. Y luego, primer acto; una patada que resultaría en una falta. El silbante duda porque no quiere precipitarse y la deja pasar. La segunda ocasión es otra falta, el árbitro la vuelve a dejar pasar. El público demanda con gritos y chiflidos que la marque, no lo hace. El árbitro novato comienza a sentir la presión de los jugadores de ambos equipos que lo encaran y le mientan la madre, el público no cesa. No es hasta que una mano en el límite del área es cometida y el árbitro duda si marcar penal o tiro de castigo. Da igual lo que haya sido cualquiera de las dos opciones por las que se incline serán impugnadas. Y cuando llegue la final, este arbitro habrá aprendido o será reprendido.
Este es el caso del IFE 2.0, mejor conocido como INE. Y es que en este, como las películas, la primer parte siempre será mejor. Porque la actuación del Instituto en las elecciones de junio pasado de principio a fin, y aún después, ha sido bastante mediocre. Cuando el consejero presidente, Lorenzo Córdova, se galardona afirmando que las multas a los partidos políticos rondaron en los 672 millones de pesos, el público y la afición sólo pueden ver un autogol. Porque no hay nada honroso en que el sistema político electoral continúe plagado de looholes y de tantas fallas en sus sistemas de control.
El caso de Coahuila es el ejemplo perfecto de la analogía con el árbitro de futbol cuando duda si marcar la falta o no, luego de no haber marcado desde el principio las más básicas.
El INE le dejó a los institutos electorales operar a sabiendas de que esas instancias no sólo tienen fallas, si no que están podridas. El consejero presidente, se vio no sólo novato sino inseguro de si entrarle al quite con los partidos políticos que le brindaron su apoyo para que dirigiera la mejor versión de un órgano que pretende garantizar el buen funcionamiento de los procesos electorales. Finalmente le entró, y ahora los partidos hacen lo que mejor saben hacer, que es política y le han dado la espalda, impugnando sus resoluciones ante el TEPJ.
Enrique Ochoa, presidente del PRI, ha categorizado la resolución de la fiscalización realizada por el INE en Coahuila como un “descomunal error”, yo diría que el error fue no haberlo hecho antes. Porque, el proceso de fiscalización del órgano electoral es por ahora de lo mejorcito que hemos tenido en años, por lo que impugnar que la campaña de Riquelme no rebasó el tope de campaña por un 7.86 por ciento a estas alturas del partido, es como querer meter gol de portería a portería.
Lo que resulta preocupante es la capacidad del organismo para resarcir sus errores, corregirlos y asegurarse que el INE está listo para las elecciones más complejas y cerradas de éste siglo. Porque si las encuestas- todas están más o menos iguales- se mantienen con la misma tendencia lo que se verá el primero de julio de 2018 es una elección que se ganará en tercios y eso implica que los márgenes diferenciales no pasaran de los tres puntos porcentuales. Lo que significa que cada punto va abonar a la victoria o derrota de las alianzas electorales. Por el bien de la democracia en este país, que no deja de ser sucia, esperemos que el INE le ponga la lupa a partidos grandes y chicos, porque esa es la única forma de que el órgano electoral este in en el juego y no out. Al tiempo.