Difícilmente hubiera podido integrarse de manera más desafortunada el Instituto Nacional Electoral, que deja dudas hasta en la forma en que dilapida recursos públicos en un reprobable despliegue publicitario del que somos víctimas todos los mexicanos.
Tal exceso tiene como único objetivo el comprar una buena imagen, labrada a golpe de repeticiones mediáticas. El árbitro sufre del mismo mal que los partidos políticos, paga para decir qué es lo que no es, a ver si por repetición alguien lo cree.
A diferencia de sus antecesores, éste órgano constitucional llega señalado, debilitado y cuestionado al inicio del proceso electoral. Su credibilidad está en juego cuando ni siquiera han empezado los comicios.
Sin un voto contado, su autoridad moral no da ni para controlar los exabruptos del Partido Verde, anticipando que será sujeto de presiones y del bullying de los otros partidos, que ya tomaron conciencia de que la mayoría de ellos está por encima del costoso órgano de gobierno.
No es lo mismo hablar y hablar sin parar, como lo hacía Lorenzo Córdova detentando la soberanía de un micrófono pagado por publicidad mercantil, que asumir la responsabilidad de desempeñar un cargo público. Lo ha hecho mal, pero con la oportunidad de hacerlo peor a la hora de contar sufragios.
El pronóstico es reservado, particularmente en elecciones de entidades donde la violencia o lo parejo del resultado, demandarían un Instituto respaldado por la confianza ciudadana.
De nada sirve decir que a nadie conviene un INE vilipendiado, cuando no es callar lo que se debe hacer ante la evidente incompetencia colegiada de un cenáculo de supuraciones de los intereses creados, que hablan con la misma arrogancia de quienes desde el gabinete dan tumbo tras tumbo.
Cómo es posible que se autoalaben y hablen de las elecciones más fiscalizadas y transparentes, cuando son incapaces de sesionar de manera civilizada, eficiente y democrática. Todos llegan con la posición adoptada y la tozudez de quien no le importa lo que se debata, sino lo impuesto por un telefonazo antes de salir del cubículo.
Muchos gastos inútiles se han impuesto a los mexicanos en los últimos años, pero es criminal lo que se avizora. Hoy ya pintan para ser las elecciones más caras de la historia, y al parecer romperán record de gasto en burócratas electorales, pero, más allá de eso, todo indica que de poco o de nada servirán estos emperadores encuerados de oficio y credibilidad.
Ya no se puede esperar que cubran expectativas, porque sólo hay dos clases de ciudadanos, los que ya se dieron cuenta de que el INE no logrará el objetivo constitucional, y aquellos que ni siquiera han volteado a ver al engendro maligno.
Una vez más habrá que disolverlo al concluir las rebatingas post electorales, y se discutirá -entre los políticos que se alcen con el triunfo- el construirlo nuevamente, exprofeso, para el siguiente proceso.
El INE, como sus antecesores, es hecho por políticos, para políticos y con súbditos de los políticos.
Tan pronto como acepte la realidad, el INE debe parar la infame sangría de las finanzas públicas, que atosiga a los mexicanos en tiempos oficiales.