Hoy se acaba el mundo

El efecto mariposa indica que el movimiento de las alas de un insecto puede tener repercusiones en el otro lado del mundo dentro de miles de años. De eso estarán convencidos los habitantes del pequeño pueblo de Bugarach en el sur de Francia.  Un calendario escrito hace cientos de años por los mayas ha convertido su pequeño pueblo, que no llega a los 200 habitantes, en el destino turístico de moda en este fin de mundo. 

Y es que Bugarach, una comunidad por demás irrelevante, ha sido nombrada por autoproclamados expertos, como el único lugar seguro en este fin de mundo.

Emilio Lezama Emilio Lezama Publicado el
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El efecto mariposa indica que el movimiento de las alas de un insecto puede tener repercusiones en el otro lado del mundo dentro de miles de años. De eso estarán convencidos los habitantes del pequeño pueblo de Bugarach en el sur de Francia.  Un calendario escrito hace cientos de años por los mayas ha convertido su pequeño pueblo, que no llega a los 200 habitantes, en el destino turístico de moda en este fin de mundo. 

Y es que Bugarach, una comunidad por demás irrelevante, ha sido nombrada por autoproclamados expertos, como el único lugar seguro en este fin de mundo.

El  caso no es del todo nuevo, el fin del mundo ha sido vaticinado cientos de veces en distintas épocas, pero el fin carecería de interés si la salvación no estuviese al alcance. Después de todo, la creencia también se nutre de la esperanza y por ello, los ideólogos del fin han procurado siempre un Bugarech. Fue el caso del astrólogo alemán Hannes Stöffler, quien anunció un segundo diluvio  que acabaría con el mundo el 20 de febrero de 1520. Si el mundo iba a acabar por lluvia, solo los marineros podrían sobrevivirlo. Por ello, Los más prominentes aristócratas alemanes decidieron concentrar sus esfuerzos en la construcción de arcas de Noé.  Como en el 100 por ciento de los casos hasta aquí documentados, el mundo no terminó entonces, pero la experiencia del no-diluvio de 1520 no impidió que el mito del fin se renovara y un nuevo fin fuera anunciado. 

¿Cómo se construye una creencia capaz de repetirse hasta al cansancio sin perder su valor? La respuesta es a través de la creación de un mito, una palabra viva que necesita de ser reinventada una y otra vez. Cuando un mito como el fin del mundo se renueva, su elemento principal, la creencia, permanece intacta. De lo contrario,  el mito muere transformándose en documento o en historia. Pero un mito requiere de dos. Es decir, no solo de la renovación de la creencia sino de la renovación de los creyentes. El mito surge en la coconstrucción entre autor y lector, una especie de complicidad que lo dota de vigencia y vida. 

En ese sentido el fin del mundo es un mito vivo y renovable. No solo porque toca una fibra sensible del ser humano, aquella de la mortalidad, sino porque se basa en una concepción del tiempo judeo-cristiano, y por lo tanto lineal, lo que supone un principio y un fin. En cuanto este fin no llegue, el mito del fin es irremplazable. Las teorías del fin del mundo solo se acabarán cuando el mundo acabe, al menos el mundo humano.

En la concepción mesoamericana del tiempo el fin es solo un nuevo principio, una nueva oportunidad. De tal forma este fin de mundo nace en la interpretación lineal de un calendario cíclico. A esto se le suma una doble necesidad occidental, la necesidad de contar un final y, por el otro lado,  la necesidad de creer en él: sabemos que no es cierto, pero de todas formas creemos, es nuestra manera de adherirnos a una sociedad. Lo mismo es cierto de todos los mitos.

Pero cada pueblo necesita sus propios mitos y el mito del fin del mundo no concierne a un país cuya capital Monsiváis aseguró era postapocalíptica. Si en México el fin del mundo es un evento del pasado, entonces deberíamos interpretar el calendario de nuestros antepasados de acuerdo a nuestras propias necesidades. Para los mexicanos el fin de este ciclo podría significar la llegada de tiempos mejores. Si Monsiváis tenía razón y nuestro mundo ya acabó, quizás el fin del calendario maya significa en realidad el comienzo.  Permitámonos esa esperanza.

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