El mismo director lo ha dicho, ésta es la cinta por la que más orgulloso se siente, que ésta es su mejor película… y eso que sólo tiene 27 años y ya lleva seis largometrajes en su carrera fílmica.
Pero es en verdad “No es más que el fin del mundo” ¿la mejor ficción de Xavier Dolan? Esa duda queda en las butacas al salir de verla en cines.
Ganando el Gran Premio del Jurado y el Premio del Jurado Ecuménico en Cannes –aunque haya sido abucheada por los críticos en las funciones del festival– sin duda esta es una cinta que no se puede dejar de ver, si es que ya se conoce la filmografía de este joven cineasta quebequense.
Dolan toma por segunda ocasión un libreto de teatro y lo adapta al cine, sintiéndose como siempre una historia personal debido al sello gay que el realizador carga, y vaya que la teatralidad se siente en cada cuadro que el director presenta durante 97 minutos.
Contando sólo con cinco actores y prácticamente una locación, el cineasta muestra la contención humana ante un suceso inesperado, y es que después de años de no visitar a su madre y hermanos Louis (Gaspard Ulliel) decide ir de buenas a primeras y las emociones se volatilizan entre la disfuncional familia.
Antoine y Suzanne (Vincent Cassel y Léa Seydoux, respectivamente) resienten la ausencia de su hermano cada uno a su manera, mientras Catherine (Marion Cotillard), la esposa de Antoine, se percibe cohibida por el carácter de su marido, quien parece estar molesto por la visita de Louis.
Y la madre siempre complaciente, Martine (Nathalie Baye), busca hacer de la vista gorda los sentimientos de sus hijos, dando el trato preferencial a Louis y su llegada repentina, como si eso fuera a limar las asperezas de los errores del pasado.
Como en toda película de Dolan, el soundtrack juega un papel vital para poner en sintonía al cinéfilo, teniendo en esta ocasión temas de artistas como Blink-182, Grimes, Camille y Moby, los cuales dan al clavo de la emotividad.
El canadiense también sabe explorar los claroscuros que le ofrece el interior de una casa de campo con un atardecer de verano, por lo que su fotografía se destaca por mantener un naturalismo intencionado con las emociones que los personajes buscan ocultar, pero al mínimo rayo de sol fulguran y salen en palabras y llanto.
La opinión final la tiene el espectador, sin embargo el más reciente de Dolan si ofrece una reflexión, al mostrar las aristas que preferimos ignorar de nuestras familias, eso que incomoda y sabemos que es real.
No será el fin del mundo,pero de vez en cuando hay que voltear a ver eso que falla como primigenia sociedad, la familia que no es perfecta, pero bien siempre puede mejorar.