En la gestión del arbolado urbano en Monterrey es crucial evaluar la supresión de especies no autóctonas, bajo el criterio donde se define como prioridad mantener una composición exclusiva de árboles nativos en la ciudad, buscando preservar el ecosistema urbano y el equilibrio ecológico.
Este enfoque posee indiscutibles ventajas, especialmente al seleccionar apropiadamente árboles nativos, lo que conduce a un uso eficiente del agua, resistencia a condiciones climáticas extremas y enfermedades. No obstante, es necesario reconocer la necesidad de matices debido a las limitaciones de aplicar criterios de gestión de ecosistemas naturales en entornos urbanos.
El caso de los árboles asiáticos de trueno es ilustrativo. Estos han invadido los bosques de encinos y pinos en el Parque Ecológico Chipinque y el Parque Nacional Cumbres de Monterrey. En esta situación, parece justificado controlar la invasión debido al daño causado al entorno natural y al impedimento del desarrollo natural de la vegetación.
No obstante, la implementación de esta medida en entornos urbanos, donde los ecosistemas naturales han sufrido degradación o eliminación, no siempre es la adecuada. La existencia de árboles exóticos en las zonas urbanas de las ciudades no favorece directamente desplazamientos de especies nativas, ya que el desarrollo urbano previo ha eliminado los ecosistemas silvestres que solían ser vulnerables a invasiones biológicas. Por lo tanto, el enfoque de invasiones biológicas o desplazamientos, a excepción de plantas como kalanchoes o pastos, debe ser descartado como directriz principal para la gestión del arbolado urbano en Monterrey.
La plantación de árboles nativos en entornos urbanos sí aporta notables beneficios. Adaptados localmente, impulsan la biodiversidad, restauran procesos ecológicos y generan hábitats para la biodiversidad urbana. Además, mejoran el aire, regulan el clima y embellecen el paisaje, equilibrando desarrollo y conservación, con adaptación a largo plazo en los ecosistemas urbanos.
Pero parte de esos beneficios también se obtienen de individuos introducidos o de condición exótica. En especial aquellos que durante los últimos años se han adaptado a la baja disponibilidad de agua, altas temperaturas o nevadas recientes. Uno de los aportes clave que ofrecen es la atenuación de las elevadas temperaturas, un aspecto cada vez más perceptible, especialmente ante los picos extremos en meses recientes en Monterrey. La capacidad de mitigar el calor es una ventaja prioritaria, independientemente de si los árboles son nativos o exóticos.
Un criterio adicional que refuerza la importancia de no eliminar de manera generalizada árboles no nativos en la ciudad, especialmente aquellos adaptados y naturalizados, es la notable y antigua insuficiencia de metros cuadrados de áreas verdes por habitante en la Zona Metropolitana de Monterrey. Si la erradicación indiscriminada de árboles exóticos ocurre sin reemplazarlos con ejemplares de igual tamaño y desarrollo, la medida agrava la carestía arbórea y el déficit existente.
En el núcleo de esta medida, deben predominar las excepciones a estos criterios esenciales, contemplando intervenciones de gestión en casos de árboles notablemente enfermos o que presenten peligros para la seguridad de las personas.
La insistencia en una medida que prescinde de matices en la eliminación de árboles no nativos, respaldada por organizaciones civiles y profesionales de la arquitectura junto a gobiernos locales, es una forma de racismo ambiental, porque ignora las adaptaciones a lo largo del tiempo y su contribución al entorno de Monterrey.
Reconociendo las innegables ventajas de tener un arbolado urbano nativo, alcanzar ese escenario ideal mediante la eliminación de especies exóticas será factible y aconsejable únicamente si la ciudad no enfrenta una carencia de metros cuadrados de áreas verdes por habitante. De lo contrario, esta medida empeora la insuficiencia existente en lugar de remediarla.
Twitter: @tonyo_hernandez