Si de educación se trata…
El martes 2 de abril, en el Palacio Legislativo de San Lázaro, Gabino Cué aportó una perla a la que, en su momento Nikito Nipongo, le hubiera rendido un merecido homenaje.
Ante la bancada del Partido de la Revolución Democrática (PRD) en la Cámara de Diputados, el mandatario Cué Monteagudo presentó un anteproyecto de iniciativa de reforma a la ley general de Educación, que tiene como propósito “tropicalizar” la reforma educativa, la cual, aceptó, es irreversible.
A partir de ese 2 de abril buscamos en diferentes tumbaburros lo que quiso decir (al mero estilo de Rubén Aguilar Valenzuela), el ejecutivo de Oaxaca. No se encontró algo claro, específico o válido, que confirmara que los oaxaqueños tienen a un gobernador preparado, inteligente y valioso.
Recurrimos al Diccionario de la Lengua Española y sin sorpresa alguna, nos percatamos que el término “tropicalizar” no aparece. No existe.
Y, con sus asegunes, para la Academia Mexicana de la Lengua, “la palabra tropicalizar está formada por el adjetivo tropical más el sufijo –izar– que da como resultado un verbo que denota la acción cuyo significado implica el adjetivo básico de “hacer a la manera del trópico”. En el ámbito político tiene, al parecer, cierta connotación irónica y peyorativa” (el subrayado es nuestro).
El uso desmedido e irracional del lenguaje demuestra que los jóvenes y otros no tan jóvenes gobernadores, carecen del más mínimo sentido de la educación escolar, así la hayan recibido en los más caros centros educativos nacionales o extranjeros; y también confirma que no tienen la más mínima idea de la responsabilidad que pesa sobre ellos al estar encargados de la administración política, económica y financiera de una entidad federativa.
Así Gabino Cué, en Oaxaca; Ángel Heladio Aguirre, en Guerrero; Manuel Velasco, en Chiapas; Fausto Vallejo, en Michoacán y Rodrigo Medina, en Nuevo León, son los clásicos ejemplos de gobernadores coyunturales en México. De ahí que los problemas que se padecen en los estados mencionados no son casualidad ni coincidencia. En todo este asunto, el morelense Graco Ramírez, no vende piñas.
A Gabino, el tropical o al tropical Gabino, quizá aún no le caiga el veinte de la gran lección que la ha dado a la niñez mexicana, pero de lo que no debe decirse o, si lo vemos desde el punto “positivo” (el vaso medio lleno), el licenciado por el Tec de Monterrey y Maestro por Universidad Complutense de Madrid, se agrega a los nombres de Mario Moreno Cantinflas, quien aportara a la cultura universal el verbo “cantinflear”; y al de La Chimoltrufia, quien sin haberse oficializado, se repite constantemente ese término que dice: “así como digo una cosa, digo otra”.
Por cierto, no estaría nada mal que en el Congreso estatal oaxaqueño se planteara una iniciativa para quitar del muro de honor del Salón de Plenos esa frase de “El respeto al derecho ajeno es la paz” y sustituirla por “Tropicalizar la Reforma Educativa”. Propios y extraños lo agradecerían.
Ya, en serio, trascurridos ocho días de lo expresado por el gobernador Gabino Cué, todavía no se aparece alguien que pueda explicar qué trato de decir el mandatario de marras. Es más, ni Chespirito le ha querido entrar al asunto.
Lo desafortunado es saber en manos de quién están millones de oaxaqueños.
Mendrugos a millones de mexicanos
Todo parece indicar que, desde hace 40 años, los gobiernos federales han confundido los términos avance y desarrollo, los cuales son bastante distintos.
Para la Real Academia Española, avance significa “mover o prolongar hacia adelante”.
Mientras, el concepto desarrollo, es: “la acción y efecto de desarrollar o desarrollarse”.
En materia económica, la Real Academia Española, hace una pequeña distinción: “desarrollo es la evolución progresiva de una economía hacia mejores niveles de vida”.
¿Por qué hacemos esta diferencia? Nos explicamos:
Desde los años 70 los gobiernos han repartido a cada mexicano 36 millones de pesos.
Durante el sexenio 1970-1976, se presupuestaron 50 mil millones de pesos para “atacar” la pobreza.
En el calderonato, 2006-2012, esta cifra aumentó a 900 mil millones de pesos con el objetivo de “acabar” con la pobreza (¿de quién?).
Es muy diferente que la inversión privada, nacional y extranjera fomente y promueva fuentes de empleo, y reactivar la economía formal a que, sexenalmente, se le otorguen mendrugos a millones de mexicanos.
Por lo tanto, no es lo mismo avance que desarrollo. ¿O sí?