Unos a favor, otros en contra, desde el pasado 13 de marzo, todos vivimos una suerte de linchamiento del nuevo jefe de Estado del Vaticano por su supuesta participación en la brutal represión del dictador argentino Jorge Rafael Videla entre 1976 y 1983.
El inicio del nuevo pontificado, por primera vez en la historia encabezado por un latinoamericano (aunque sea un argentino de padres italianos), abre el debate latente sobre la conducta de la jerarquía de la Iglesia Católica durante la dictadura que sufrió el país sudamericano. También surge, dicen los optimistas, una oportunidad de oro para renovar esa institución religiosa de estructura vertical.
Si toma su papado en serio, Jorge Mario Bergoglio deberá hacer acopio de su devoción a la Virgen Desatanudos cuya imagen llevó por primera vez a una iglesia en Buenos Aires cuando era arzobispo ahí.
A horas de conocerse el nombre del nuevo Papa, Change.org, que busca “empoderar a las personas para crear los cambios que quieren ver”, circuló en redes sociales una carta dirigida, a la usanza jesuita, al “Querido hermano Francisco”.
El texto, que asegura estar ante “una ocasión para actualizar” a la Iglesia Católica, le pide al pontífice desenredar varios nudos. Que la iglesia deje de ser Estado y que se convierta en “casa común”. Que regrese al lado de los pobres, aunque tenga que “oponerse al poder político y económico vigente”.
Que desaparezcan las intrigas, las conspiraciones y los intereses creados en el seno del Vaticano.
Que se abra a los nuevos tiempos “integrando en igualdad a las mujeres en todos los estamentos y liberando a la institución del machismo anacrónico del que adolece.”
Que “pida perdón con humildad y repare a las víctimas cuando sea necesario, por todo el dolor y el sufrimiento que ha causado en estos siglos mediante la represión, los abusos sexuales, el control social y la discriminación”.
El exhorto no es el único que le habla al nuevo Papa de sus desafíos. Lo hace también el Premio Nobel de la Paz, Adolfo Pérez Esquivel, en Italia para conmemorar otro aniversario de la muerte de Monseñor Arnulfo Romero, un jesuita salvadoreño quien, en 1977, al día siguiente de pronunciar una homilía en la que pedía a los militares no matar, fue asesinado a tiros en el altar de su catedral.
Aunque Pérez Esquivel es de la opinión de que Bergoglio no fue “cómplice” de la dictadura argentina, sí cree que “le faltó coraje para acompañar nuestra lucha por los derechos humanos en los momentos más difíciles”.
Le recuerda que la iglesia tiene varios nudos pendientes. “Es indiscutible que hubo complicidades de buena parte de la jerarquía eclesial en el genocidio” en Argentina.
Además de celebrar la elección “del esperanzador nombre Francisco para llevar a adelante su período papal”, el Premio Nobel en 1980 puntualiza lo que para él, y para muchos, debe hacer el nuevo Sumo Pontífice.
Trabajar “por la justicia y paz más allá de las presiones y los intereses de las potencias mundiales” y defender los derechos de los pueblos “frente a los poderosos, sin repetir los graves errores, y también pecados, que tuvo la Iglesia”.
Si escucha el llamado de Pérez Esquivel, y el de la carta virtual de Change.org, menuda carga la que espera al nuevo Papa.
Que la Virgen María Desatanudos (Nuestra Señora de Knotenlöserin) ayude a Francisco el jesuita en su monumental tarea.