¿Estamos en Paz?

Más allá de lo que significa Octavio Paz para las letras mexicanas, de la importancia que cobró como intelectual “predilecto” del régimen priista post ‘68 y de la relevancia que medios de comunicación afines a ese sistema le dieron, es su incesante búsqueda por la conciencia colectiva mexicana la que merece atención y nos lleva a preguntarnos: ¿cómo acercarla a nuevos lectores? 

Juan Carlos Altamirano Juan Carlos Altamirano Publicado el
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Más allá de lo que significa Octavio Paz para las letras mexicanas, de la importancia que cobró como intelectual “predilecto” del régimen priista post ‘68 y de la relevancia que medios de comunicación afines a ese sistema le dieron, es su incesante búsqueda por la conciencia colectiva mexicana la que merece atención y nos lleva a preguntarnos: ¿cómo acercarla a nuevos lectores? 

Importante resulta subrayar que nuestro único Nobel de literatura fue un buscador incansable de la esencia del ser mexicano, de lo que significa, de lo que se siente, de lo que no se acepta y no nos gusta de pertenecer a este país.

No existe mayor claridad en otra de sus obras en este sentido que el poema “Piedra de sol”. 

Es una de las piezas fundamentales, a pesar de que fue y es más conocido como ensayista, en particular por “El laberinto de la soledad”, donde también es columna vertebral la confusión “natural” que persiste en la psique colectiva de los mexicanos, es en “Piedra de sol”, donde el poeta exclama con plena libertad su propia frustración.

Resultan 584 versos perfectamente bien estructurados, con cadencia y ritmo nunca antes visto en la poesía mexicana contemporánea. 

Van y vienen cadenciosamente en sonoridad, en cacería continua de pasajes y personajes irreconciliables que parten de la mitología griega con Perséfona, reina del inframundo, hasta los amantes modernos en Madrid y la Ciudad de México.

A raíz de esa búsqueda de identidad, Paz logra lo inimaginable, una pieza rumiada y ejecutada en forma circular, empieza donde termina; tal y como fue diseñada la Piedra de sol, el calendario azteca, monolito en el que está basado el poema.

Todo el soneto está escrito en versos que por sí solos son una afirmación. 

Es decir, cada verso está completo, salvo en algunas ocasiones que se complementa con otras estrofas.

Así como el camino que toma Venus o Quetzalcóatl en la mitología mexica, en desarrollar la conjunción con el sol en 584 días, es el mismo tiempo que Piedra de sol, perdura en versos. 

Más aún, el poema es un eterno retorno, una versión claramente circular de la vida según la percepción del autor.

O deberíamos decir, es tan solo una de tantas interpretaciones que derivan de una de las obras monumentales de la literatura latinoamericana, donde el poeta se acerca igual a la política, al amor, a la frustración, al odio, a la historia, al sexo.

Son un viaje vertiginoso de infinitas imágenes que dan vuelta sobre su propio eje, un vuelco hacia el interior del ser y querer ser mexicano, con salidas continuas para enfrentarse al “otro”, para verse en un espejo.

Inagotable, tenaz, persistente, obstinado y laborioso, así es “Piedra de sol”, como la marea del que infantigable nos recuerda quién es el mar. 

En 184 endecasílabos se desangra Paz para recordarmos lo que somos, lo que fuimos y lo que inevitablemente seremos.

Mejor no hubiera podido ser el escenario en el que el autor  plantea un ecosistema sin principio ni final. Sin entrada y sin salida, pero en eterna espiral ascendente.

Para los que creen que acercar a los jóvenes a la literatura es una tarea imposible, “Piedra de sol”, es el punto de partida ideal para una primera cita con el ganador del Nobel en 1990.

Rara vez se encontrarán con una pieza tan sólida, edificante y vigorosa como lo es el poema publicado por primera vez en 1957.

Es quizá la forma más sincera de verse cara a cara con uno de los escritores más influyentes de nuestro país y de nuestros tiempos. Enfrentarse a la Piedra de sol, es enfrentarse a si mismo, al “otro”, estar frente al espejo y preguntarse: ¿Estamos en Paz?

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