La pandemia ha evidenciado las enormes carencias y rezagos que prevalecen en nuestro sistema de salud. Pero más importante aún, ha mostrado, como nunca antes, el agotamiento del enfoque curativo tradicional adoptado por décadas, más concentrado en atender de manera eficaz las enfermedades, que en prevenir que aparezcan en primer lugar.
De acuerdo con cifras del INEGI, entre enero y agosto el COVID-19 fue la principal causa de muerte entre personas de 35 a 64 años, principalmente hombres; y la Secretaría de Salud ha señalado que la edad promedio de fallecidos por el virus es 20 años menos que en Europa. El problema es que, en comparación con otras naciones, nuestropaís presenta tasas muy elevadas de enfermedades crónicas no transmisibles.
Según la encuesta Nacional de Salud y Nutrición (Ensanut-diciembre 2020) “73 por ciento de la población adulta tiene sobrepeso u obesidad —80 por ciento en el caso de los hombres de entre 50 y 59 años— 34.4 por ciento padece hipertensión arterial, 17.3 por ciento realiza una actividad física insuficiente y el consumo de agua es prácticamente igual al de los refrescos”. Según datos de la Secretaría de Salud, cuatro de cada diez adolescentes y uno de cada tres niños también presentan sobrepeso u obesidad. Por lo que la estimación es de 96 millones de mexicanos que padecen sobrepeso u obesidad, y que 8.6 millones sufren diabetes.
Esta debilidad endémica ha sido factor clave para explicar, en buena parte, el alto costo en vidas que ha tenido la pandemia en nuestro país. Según reportes iniciales, más del 40 por ciento de los fallecidos por COVID-19 tenía al menos una comorbilidad como diabetes, hipertensión o enfermedad respiratoria crónica obstructiva. El hecho es que los factores de comorbilidad asociados a covid han exhibido la vulnerabilidad de la salud de nuestra población y han generado cierto grado de temor y conciencia colectiva sobre la necesidad corregir esta condición.
En ese sentido, resulta impostergable retomar la vieja discusión sobre la necesidad de adoptar el enfoque preventivo como eje de nuestro sistema nacional de salud. Ello implica alinear los objetivos de universalidad, equidad y eficiencia, a una visión estratégica orientada a controlar los factores de riesgo que favorecen el surgimiento de enfermedades crónico degenerativas.
Tenemos que aprovechar esta coyuntura de emergencia sanitaria para generar una nueva cultura de la salud y el bienestar físico y mental, que nos permita disminuir la alta incidencia de enfermedades, particularmentelas llamadas crónicas no transmisibles. Lo que implica comenzar desde ahora, una amplia discusión sobre la mejor estrategia de salud post COVID-19.
Para ello, es necesario revisar y actualizar los enfoques de promoción de la salud y prevención de enfermedades en función de los avances y experiencias exitosas más recientes a nivel global. Implica, asimismo, adoptar un enfoque holístico en lo relativo a la política de cultura física y nutrimental vigente, así como la idea de recuperación y uso de los espacios públicos recreativos. Tenemos que garantizar a cientos de miles de niñas, niños y jóvenes, la posibilidad de contar con un lugar apropiado para el desarrollo de actividades deportivas, culturales y de capacitación nutrimental. El objetivo a corto plazo deberá ser mejorar la alimentación y eliminar hábitos perjudiciales para la salud.
La obesidad, el sobrepeso y las enfermedades crónico degenerativas son otras epidemias que tenemos que vencer. Y las mejores “vacunas” contra ellas, según la OMS, son la “promoción de la salud”, la buena “gobernanza sanitaria”, la “educación sanitaria” y la construcción de “ciudades saludables”. Urge un cambio en el enfoque de salud pública orientado hacia la prevención, acompañado de una profunda transformación en la cultura alimentaria, física y mental de las nuevas generaciones. el país para superar la crisis sanitaria y retomar la senda de progreso y transformación.