Que México deje de estar sometido a las necesidades comerciales del vecino ya no tan distante del Norte, cuyo poder es mayor como demandante que como oferente, es uno de los grandes sueños mexicanos.
Pero la realidad es que el complejo vínculo entre Estados Unidos y México, quienes tienen la mayor cantidad de acuerdos entre dos países en el mundo, es inevitable, considerando los más de tres mil kilómetros de frontera que los unen (o separan, según la óptica). No será sencillo cortar el anquilosado cordón umbilical con Estados Unidos.
Así las cosas, a días de la visita de Barack Obama a México, el canciller José Antonio Meade anunció que los dos presidentes tendrán un diálogo económico de “alto nivel” con acuerdos en educación, investigación, innovación y “ajustes” a la Iniciativa Mérida para canalizar atención a la prevención del crimen.
El embajador Eduardo Medina Mora por su parte anunció que la gira se enfocará en “aumentar la competitividad de nuestro espacio económico compartido”.
Pero Obama llega enojado, con pésimas noticias luego de que su iniciativa para el control de armas fuera vetada en el Congreso; es seguro que ese tema, tan crucial para la relación bilateral, no sea abordado, al menos no en público. Y puede que tampoco en privado. Ya los respectivos diplomáticos habrán hecho su tarea. Surge la pregunta obligada: ¿para que sirven estos encuentros presidenciales al final del día? ¿Son simbólicos u operativos?
En opinión del analista Sergio Aguayo, son “muy buenos cortes de caja” que permiten medir el estado de la relación bilateral a posteriori. Lo más importante de éstos es la relación personal que los dos jefes de Estado logren establecer. La química que surja entre ellos.
Gustavo Díaz Ordaz (1964-1970) inició la tradición de que los presidentes electos de México visiten al inquilino de la Casa Blanca, costumbre que desde entonces se ha respetado.
En esa reunión protocolaria se establece el primer contacto pero no queda todavía claro cómo se desarrollará el vínculo personal posterior.
Entre Lyndon B. Johnson (1963-1969) y Díaz Ordaz, por ejemplo, hubo química de entrada, según las minutas de un encuentro de ambos en el rancho de Johnson en Texas, en 1964, recién electo el mexicano. No así entre Richard Nixon (1969-1974) y Díaz Ordaz, que se enfrentaron en varias ocasiones.
Entre George Bush Jr. (2001-2009) y Vicente Fox (2000-2006) sí hubo gran simpatía pero fue vínculo un tanto ingenuo sin mayores resultados.
“El Espíritu de Houston” -la excelente química entre Carlos Salinas de Gortari (1988–1994) y Bush padre (1989-1993)- fue clave para la promoción y eventual aprobación en Estados Unidos del Tratado de Libre Comercio para América del Norte.
Y ahora le toca a Peña Nieto y Obama, quienes harán lo propio para comunicarse bien. En algún momento crítico en dos temas prioritarios, seguridad y migración, este vinculo “puede influir”, puntualizó Aguayo.
Si es cierto lo que escribió el ex-gobernador del estado de Nuevo México Bill Richardson en la revista Time -que EPN tiene las habilidades políticas de Bill Clinton, el carisma de Ronald Reagan y el intelecto de su próximo huésped de Washington-, habrán fuegos artificiales y no tan artificiales el dos y tres de mayo próximos. Habrá que ver si quedan chispas en el tintero bilateral.