Entre 2006 y 2012

Andrés Manuel López Obrador tiene todo el derecho de impugnar la elección. Nadie le puede quitar ese privilegio como candidato que es.

Nadie tampoco debe enojarse porque no sea expedito en aceptar el triunfo, por confirmarse todavía en el escrutinio final, del priista Enrique Peña Nieto. Tiene el derecho a agotar instancias y probar su verdad.

Lo que sí está obligado a hacer el candidato del Movimiento Progresista es a documentar las imputaciones que hace sobre las presuntas irregularidades electorales.

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Andrés Manuel López Obrador tiene todo el derecho de impugnar la elección. Nadie le puede quitar ese privilegio como candidato que es.

Nadie tampoco debe enojarse porque no sea expedito en aceptar el triunfo, por confirmarse todavía en el escrutinio final, del priista Enrique Peña Nieto. Tiene el derecho a agotar instancias y probar su verdad.

Lo que sí está obligado a hacer el candidato del Movimiento Progresista es a documentar las imputaciones que hace sobre las presuntas irregularidades electorales.

Como también está obligado a presentarlas en tiempo y forma ante las autoridades correspondientes. En eso no hay salida.

Es cierto que muchas cosas lucen obvias. Pero no basta la sola presunción, así sea muy evidente. Tienen que presentarse las pruebas, documentadas.

Contrario a lo que pasó en 2006, no está en juego un diferencial de 250 mil votos. Ahora están sobre la mesa unos 3 millones de votos que tendrán que remontarse por la ruta de la descalificación o de la rectificación.

Y ese litigio podría repetir la prolongada espera de confirmar a un presidente electo. Como sucedió en 2006 con Calderón, a quien le entregaron su constancia ocho semanas después de la elección, el 7 de septiembre.

Pero la democracia bien vale una misa. Y que nadie se sienta excomulgado.

Equipos en transición

Y aunque el fallo definitivo está pendiente, vayan anotando que los equipos de transición ya están en operación.

Por el gobierno calderonista, el elegido es Alejandro Poiré. Del lado del peñanietismo, el señalado es Luis Videgaray.

Lo que pocos saben es que no es un asunto casual que el secretario de Gobernación y el jefe de la campaña priista sean los elegidos.

Ambos, incluyendo sus familias, tienen una larga y estrecha amistad que sin duda facilitará cualquier acuerdo y promete garantizar una operación política de cambio de estafeta muy tersa.

Dos con poder

Casi nadie lo registró, pero el domingo por la noche, al lado izquierdo del presidente del PRI, Pedro Joaquín Coldwell, aparecieron dos jóvenes poco identificables.

Uno era Francisco Guzmán, coordinador de asesores del candidato priista. El otro era Aurelio Nuño, director de difusión en la campaña de Peña Nieto.

Lo que pocos saben es que los dos, junto con Luis Videgaray, conforman el equipo más cercano de quien fue proclamado virtual presidente electo de México.

No por nada aparecieron ahí, en un privilegiado lugar, la noche en que se confirmó el triunfo del priista. No les pierda la huella.

Que se va medina

Las apuestas en Nuevo León están 20 a uno a que Rodrigo Medina dejará lo antes posible la gubernatura. Ya no le alcanzan las fichas.

A la ficha lisa que resultó ser su papá, Humberto Medina Ainslie, hoy próspero fraccionador en San Antonio, Texas, se suman las apuestas en contra que acumula entre la ciudadanía y el empresariado regiomontano. Ya no lo soportan.

Para colmo, ahora trae también de viento en contra a todo el priismo nuevoleonés, que siente que Medina los traicionó. Los tricolores lo hacen responsable de la debacle que convirtió a esa entidad en la que peores cuentas le rindió a Peña Nieto.

Perdieron Monterrey con Felipe Enríquez, el compadre incómodo de Peña Nieto. Se les fue de las manos el control del Congreso estatal, que ahora será panista. Y por un punto casi pierden las dos posiciones en el Senado que lucían imbatibles y que, sin duda, terminarán en litigio.

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