México ya tocó fondo. Es momento de una intervención, y no precisamente militar o extranjera. Si no una que hagamos colectivamente para terminar de aceptar lo que ya sabemos: estamos mal. Y convencernos de entrar a un programa de rehabilitación.
No hay que confundir rehabilitación con regeneración, por que tampoco podemos estar seguros de que aquel movimiento moreno sea panacea. Así que no se aceleren los que se identificaron. Porque no hay peor enemigo de México que aquel que se esté riendo, gozando o sacando provecho de lo que está sucediendo.
Y es que los males que nos aquejan sí tienen solución. No podemos pretender cambiar el origen y la esencia de México. Pero lo que sí podemos hacer es aprender que el abuso conlleva a una borrachera del poder, la corrupción y la apatía social que sólo algunos factores, como la tragedia o la amenaza externa nos pueden regresar a la claridad.
Primero, lo que en un inicio vimos poco probable, luego no lo quisimos creer y después nos costó trabajo aceptar, que Donald J. Trump, el megalómano y arrogante multimillonario neoyorquino mañana jurará como el Presidente numero cuarenta y cinco de los Estados Unidos de América.
Más aún, ha hecho evidente que mantendrá la misma retórica anti-mexicana que lo subió al ring de los pesos pesados de la política estadounidense. Solamente que ahora, con el poder que le otorga la Constitución de Thomas Jefferson y los Padres Fundadores, tendrá la facultad de ejecutar acciones especificas en contra de México. No creo que sea el Día del Juicio Final, pero sí creo que representa una sola oportunidad para consolidar la unidad nacional. Pero bien dice aquella frase: “No hay peor ciego que el que no quiere ver”.
Lo que para Estados Unidos terminó por significar la polarización colectiva, para México el canto de guerra de su nuevo líder debe significarse una apología a la reconciliación sociopolítica. No obstante, necesita haber una figura que conduzca y organice. Hoy en México, estamos carentes de estas figuras. Y cuando “más peor”, si así no podemos estar, es cuando realmente nos ponemos a pensar en qué tipo de líderes quisiéramos tener.
Eso, al menos, sería una señal de esperanza –que mucha falta hace– de que este próximo año la sociedad será más minuciosa entre los que elige como representantes.
Por que no podemos “taparle el ojo al macho” ni utilizar tragedias como la de ayer en Monterrey, en donde un adolescente de catorce años abrió fuego en su salón de clase al más estilo “gringo” u ocupar la balacera en Playa del Carmen como indicativo de que hay cosas peores. Hay que reconocer nuestra realidad y apelar a la historia de México que, cursi o no, siempre ha dictado que cuando peor hemos estado mejor nos ha ido.
Por ejemplo, resulta remarcable que ayer durante una entrega de menciones honorificas militares, Ejército y Marina, Marina y Ejército, se pronunciaran a favor de eso mismo, unidad. Por que hoy no hay mejor política que esa. Ya que antagonizar al gobierno por su incapacidad resulta, como políticos, una hipocresía. Who are you kidding?
Hoy, la clase política pensante -que es minoría y espero no en peligro de extinción- debe superar sus inseguridades, aceptar la realidad y reconocer que cerrar filas entre sus amigos y enemigos este año en torno a las problemáticas nacionales será su mejor campaña rumbo al 2018. Les conviene, porque si no, sea quien sea quien gané heredaré el mismo o quizás un peor desmadre.
Los militares no cayeron en la tentación, ahora falta el resto de la sociedad civil. Por que la mayor ventaja de un barril vacío tocado a fondo es que se puede volver a llenar.