Se cumplieron 97 años del martirio de Miguel Agustín Pro. En el contexto de un atentado al general Álvaro Obregón y la guerra cristera se asesinó al joven sacerdote. No hubo juicio y se impidió que un actuario notificara una resolución de amparo que suspendía la ejecución.
Pro nació el año de 1891 en Guadalupe, Zacatecas. Su casa natal se encuentra frente al Colegio de Propaganda Fide. Quiero pensar que eso marcó su vocación.
La fe católica fue determinante en su familia, su hermana María de la Luz se sumó a la Congregación de la Pureza de María, y Humberto, su hermano, lo acompañó al martirio.
Vivió en Concepción del Oro y en Saltillo. La vocación lo llevó a la Compañía de Jesús e ingresó al noviciado en Los Llanos, Michoacán; ante la amenaza de la revolución, pasó a Los Gatos, California. Para 1915 se encontraba en España, allí permaneció cinco años dedicado al estudio de retórica y filosofía.
La formación sacerdotal lo condujo a Nicaragua, en donde se dedicó a la enseñanza. Regresó a Europa y continuó sus estudios en Bélgica. La misión era prepararse en las cuestiones sociales para estar en aptitud de desarrollar trabajo en las comunidades obreras.
Hay que recordar que la iglesia católica tenía nuevos instrumentos en su magisterio. Rerum Novarum apareció en un mundo que buscaba propuestas ante la explotación capitalista y el avance de las ideas comunistas.
A su regreso a México encontró un clima de terrible polarización. La Iglesia enfrentó al Estado y la tensión se transformó en movimiento armado. El padre Pro fue un activo pastor al servicio del rebaño.
La reelección de Obregón ocasionó turbulencias en el bando revolucionario y también en los sectores cercanos a la Iglesia. El sonorense fue víctima de varios atentados, uno de ellos, del cual salió ileso, le costó la vida al jesuita.
Por instrucción del presidente Calles, se le fusiló en el terreno que hoy ocupa la Lotería Nacional; también corrieron la misma suerte su hermano Humberto, el coahuilense Luis Segura Vilchis y el activista Juan Tirado.
El padre Pro se hincó para orar y luego, ya de pie, extendió los brazos para formar con su cuerpo una cruz. Al grito de “Viva Cristo Rey” recibió una descarga que le quitó la vida. Hoy es beato y símbolo de la lucha por la fe.
Sus restos se encuentran en el templo de la Sagrada Familia, en la Ciudad de México. Cerca de la urna que los contiene, hay dos fotografías que recuerdan a Javier Campos y Joaquín Mora, jesuitas asesinados en Chihuahua por el crimen organizado.
Hace unos días se cumplieron 35 años del martirio de Ignacio Ellacuría en la Universidad Centroamericana Simeón Cañas. Los seguidores de Loyola son fieles a la frase: “No trabajaremos en la promoción de la justicia sin que paguemos un precio”.